A diferencia de Uruguay, con un sistema político presidencialista, la arquitectura política francesa hibrida el presidencialismo con el parlamentarismo. En el ballotage del próximo domingo no compiten dos candidaturas sino tantas cuantas hayan superado en cada distrito el 12,5 % de votos en la primera vuelta, sin haber conseguido, no obstante, la mayoría absoluta. De este modo, 306 bancas sobre 577 serán disputadas esencialmente por tres fuerzas políticas, tensando al seudo progresismo pretendidamente renovador de Macron a aceptar la dicotomía izquierda-derecha y posicionarse. Esto incluye la posibilidad de que algunos candidatos que ocuparon el tercer lugar en la primera vuelta desistan de su postulación para el ballotage, polarizando de este modo la confrontación política. Obviamente también podría suceder con terceros lugares de NFP.
Nunca una analogía histórica es plena, pero recordemos que el Front Populaire de los años 30 surgió ante el temor del ascenso del fascismo en Europa, particularmente en Alemania e Italia, y el significativo crecimiento de la extrema derecha francesa de entonces, los Croix-de-Feu (cruz de fuego). No menos potente resultaba el impacto socioeconómico de la Gran Depresión mientras la izquierda se mostraba fragmentada, aunque su sectarismo se veía cada vez más presionado por las luchas sindicales y la movilización general de los trabajadores. Liderado por Léon Blum, no se propuso una revolución, como en Rusia dos décadas antes, sino que ganó las elecciones de 1936 y comenzó a implementar una serie de reformas progresistas destinadas a mejorar las condiciones de vida de los trabajadores y a fortalecer la democracia francesa. Por caso, logró la reducción de la jornada laboral a 40 horas semanas, incorporó el pago de vacaciones, nacionalizó varias industrias y generó transformaciones educativas y sociales, orientando la economía desde una perspectiva keynesiana. En política exterior, luchó contra el fascismo y la solidaridad internacional, proporcionando ayuda a la Segunda República española durante la Guerra Civil. Su caída en 1938 no estuvo exenta de tensiones internas que merecen ser estudiadas para no ser repetidas, sin por ello excluir las presiones del ascendente nazismo y la crisis económica mundial. Que la memoria histórica resucite su espíritu es una bocanada de aire fresco en el bochorno actual.
El surgimiento del FA dista no solo en el tiempo y la geografía, sino además en un conjunto de particularidades. Sin embargo, en lo esencial, reaviva la potencia de la unidad y las complejidades de la diversidad a resolver en cada caso y sin recetas facilistas. A diferencia del emergente francés, el FA se mantuvo incólume desde su gestación, realizó importantes transformaciones en sus 15 años de gobiernos nacionales y se apresta actualmente para derrotar a la derecha para revertir la demolición social y la corrupción que la coalición pan-derechista vigente ha venido desplegando. Sin embargo, aún habiendo tendido un arsenal jurídico descomunal (ejemplo para la ofensiva de Milei) buena parte de las conquistas frentistas continúan efectivas. Más importante aún son los primeros indicios que expresan los recientes resultados de las elecciones primarias no obligatorias del domingo pasado, revirtiendo la tendencia a la baja del peso relativo del FA sobre la totalidad del país.
Hasta el domingo pasado, tanto al FA como al conjunto de la ciudadanía uruguaya, los votos le venían dando la espalda a las urnas en las internas. Desde una primera experiencia en 1999, cuando sufragó el 54.9 % de los habilitados se llegó al magro 36 % en esta última. El FA venía experimentando una declinación proporcional sumamente preocupante, a diferencia de los partidos tradicionales que crecían conforme decaía el primero. Manifesté esa preocupación en un extenso trabajo que no publiqué en medios, sino que después de someterlo a debate en mi comité de base de Buenos Aires, envié a la presidencia del FA y a varios dirigentes amigos y fue circulando en redes, del que extraigo los gráficos para este artículo. Partía entonces de la hipótesis de que en los guarismos totales frentistas se debe suponer que se concentra la magnitud de la masa militante propia aún de compromiso mínimo, no de cuadros necesariamente, la que vino cayendo dramáticamente desde el acceso al poder político en 2005 (apreciable a partir de las internas del 2009). El cuadro 1 grafica la relación entre las internas y las elecciones de primera vuelta hasta el 2019. No incluye las actuales porque se realizarán en octubre próximo. No solo la magnitud última de 410.282 votos y un 42 % del electorado revierten la tendencia graficada y alientan tantas expectativas, sino también el hecho de haber consensuado inmediatamente el inmejorable binomio Orsi-Cosse, despejando cualquier sombra de duda. Parece haber despertado una proporción de disponibilidad militante aletargada.
Sin poner a discusión en aquella oportunidad el dispositivo electoral de las primarias, intenté fundamentar el debilitamiento frentista creando un coeficiente de multiplicación de votos efectivos, es decir comparativo de la distancia entre las elecciones nacionales obligatorias de primera vuelta respecto a los resultados de las internas. Ponía en tensión la suposición de que, mientras los partidos tradicionales eran simples máquinas electorales con filiación y compromiso lábil, carentes de actividad fuera de las elecciones, cuya cosecha se verificaba en la zafra excluyente de la votación definitiva, era el FA el que tenía el índice de multiplicación más alto respecto a lo logrado en las primarias. En otros términos, el que crecía en la captación electoralista, inversamente proporcional al supuesto compromiso en las internas (cuadro 2). El hecho de que en 2004 haya ganado en primera vuelta con el coeficiente multiplicador más bajo, precisamente cuando la magnitud participativa en las primarias fue mayor, expresa la importancia de las magnitudes absoluta y relativa en esa instancia, para recuperar ahora el aliento y soñar.
En aquel texto de vísperas de la segunda vuelta del 2019 concluía con la única esperanza de que la práctica desnudara mis equivocaciones desmintiendo aquello que avizoraba como ineluctable derrota. Para octubre nada es forzoso, salvo la alegría de una militancia que recupera en sus manos el timón para orientarse a su próximo destino.