¿Qué tanto debo vigilar lo que comen mis hijos?

 

La información nutricional y alimentaria a que estamos expuestos diariamente es apabullante, la recibimos de forma virtual en cientos de publicaciones, pero también la escuchamos en programas de radio y tv, o bien la absorbemos en infinidad de conversaciones cotidianas. Evidentemente, los mensajes que recibimos suelen ser contradictorios, y esto genera un enorme estrés. Pero el estrés y la ansiedad suelen ser mucho mayores cuando quienes reciben esta información  son padres y madres de familia que llegan a sentir que si no controlan de forma minuciosa la alimentación de sus hijos estarán actuando de manera irresponsable. Y es que las hoy famosas corrientes salutistas no paran de pregonar que si no alimentamos a nuestros hijos de tal o cual manera, las consecuencias pueden ser devastadoras. ¿Qué hay de cierto en todo eso?

Lo cierto, es que la hipervigilancia alimentaria hacia los niños acarrea más mal que bien. La hora de comida termina muchas veces convirtiéndose en un campo de batalla donde las súplicas o amenazas de los padres no suelen funcionar. Frases como “3 bocados más y ya”,  “no te paras si no te lo acabas” u “olvídate del postre  de hoy” son pan de todos los días en muchas mesas, y si reflexionamos sobre el tema, raras veces cumplen con su cometido.

Es también cierto que la mayoría de los niños pequeños están bien conectados con sus necesidades alimentarias, es decir, son comedores intuitivos natos: reconocen sus señales de hambre y saciedad, y por tanto suelen comer cuando lo necesitan y parar cuando están satisfechos. También es cierto que su apetito puede variar de un día al otro, y que la sabiduría de su cuerpo los guiará hacia ir seleccionando aquellos alimentos que vayan necesitando.

Ahora, esto no quiere decir que como adultos no tengamos nuestras responsabilidades en cuanto a la alimentación de nuestros hijos se refiere. Sin embargo las responsabilidades deberán dividirse de la siguiente manera:

  • Los padres son responsables de qué, cuándo y dónde se come: es decir, son ellos quienes determinan cuáles son los alimentos y el menú que se ofrecen en casa , en qué horario se sirven y en qué lugar físico se ingieren. En estos puntos la recomendación es ofrecer alimentos variados, en horarios estructurados y en un ambiente lo más relajado posible. Un buen consejo es incluir siempre al menos un alimento que sabemos que les gusta, pero acompañarlo de otras opciones de forma que ellos se encuentren expuesto a diversos platillos de forma constante.
  • Los niños serán responsables de qué y cuánto comen: Una vez que los alimentos se ofrecen, ellos deben tener la libertad de decidir cuáles quieren comer y en qué cantidades hacerlo, y el adulto, aunque nos cueste trabajo, tiene la responsabilidad de respetar estas decisiones.

En el momento en que dejamos que ellos tomen el control de lo que comen, no solo estamos respetando sus preferencias, sino que también estamos fomentando en ellos la autodeterminación y les estamos enviando el mensaje de que confiamos en sus elecciones, favoreciendo así su independencia y autoestima.

Es importante relajarnos, y entender que los niños pasan por etapas: hay brotes de crecimiento donde de manera natural buscarán más alimento, pero también habrán periodos en que su interés esté centrado en otras actividades y la comida pase a un segundo plano. Pero todo es pasajero, y aunque nos cueste creerlo, pese a todo, crecerán comiendo lo que necesitan.

También, me parece sumamente importante no satanizar alimentos ni hablar de ellos como “alimentos prohibidos” o “premios” . Estas etiquetas solo generan en los niños más ansiedad y deseo por aquellos alimentos, al tiempo que promueven en ellos la culpa y la vergüenza cuando los ingieren (muchas veces a escondidas y lejos de las miradas de sus padres). Está probado que estos factores contribuyen a desarrollar en estos pequeños una mala relación con la comida (y con su cuerpo) que podrá acompañarlos por muchos años.

Finalmente me gustaría cerrar invitando a las mamás y papás a relajarse no un poco, sino mucho: recuerda que cada bocado que tu hijo mete a su boca NO es determinante para su salud o su longevidad. Lo que tiene efecto a largo plazo son las conductas y hábitos constantes. Vivimos en un mundo donde tus hijos comerán azúcar y alimentos procesados (te guste o no). Lo harán frente a ti, o lo que es peor, a escondidas. Hipervigilarlos no traerá nada bueno, por el contrario, generará entre ustedes una lucha constante, y en ellos sensación de culpa cuando coman aquello que no apruebas (porque si algo es seguro, es que lo comerán). Estos sentimientos de  culpa y vergüenza merman mucho más la salud emocional de tu hijo de lo que un waffle con nutella puede hacerlo.