Infancias y Adolescencias Gordas

 

Hace poco, una paciente me contó que ella constantemente se pregunta cuán diferente hubieran sido su infancia y adolescencia de haber sido flaca. Y es que estas etapas de la vida se suelen vivir de maneras muy distintas en un cuerpo delgado y en un cuerpo gordo. La forma en que en la niñez se construyen la personalidad y el autoestima, puede ser diametralmente opuesta entre ambos; y esto tiene que ver primordialmente con el hecho de que vivimos en una sociedad tremendamente gordofóbica.

 

La cultura occidental patologiza los cuerpos gordos desde edades alarmantemente tempranas: no es extraño escuchar a un pediatra expresar su “preocupación” porque un niño de escasos 2 o 3 años no se adecúe a las tablas de peso esperado. Esta patologización, sumada al estigma asociado a vivir en un cuerpo no hegemónico, hace que quienes crecen en cuerpos de mayor tamaño lo hagan sintiendo que sus cuerpos son inadecuados, y que esta “falla” es su culpa.

 

Por otra parte, es sabido que uno de los principales factores asociados al bullying durante la infancia es la apariencia física. Algunos niños pueden ser severamente crueles con aquellos a quienes consideran diferentes o fuera de la norma en lo que a aspecto se refiere. Esto tiene que ver, por supuesto, a que en las sociedades occidentalizadas, los infantes crecen en un ambiente sociocultural que les hace creer y sentir, que existe una sola forma adecuada de tener un cuerpo, misma que en el siglo XXI corresponde a un cuerpo delgado. Esta creencia suele ser fomentada y constantemente reforzada por una industria multimillonaria que se enriquece vendiendo la idea de que existe “un tipo de cuerpo ideal”, al que todos podrían acceder si se esforzaran lo suficiente (y lo que es más, al que todos deberían acceder, cual si se tratara de un imperativo moral permanecer lo más delgado posible).

 

Simultáneamente, esta premisa es constantemente reforzada en los más pequeños por parte de los adultos presentes en su vida: tanto familiares como educadores y médicos no pueden dejar de mostrar sus propias gordofobias al referirse a los cuerpos, tanto de menores como de adultos.

 

Lamentablemente, suele ser común que cuando un niño gordo es molestado por sus pares, los adultos que lo rodean, en el afán de protegerlo, asuman la postura del acosador, haciéndole sentir al pequeño que quizás debería modificar su cuerpo, achicándolo, para entonces poder escapar de la burla de sus compañeros. Estos mensajes, harán sentir al niño que él es merecedor de estas burlas, que se las ha ganado, y que la falla está en él y no en los acosadores.

 

Por supuesto que la gordofobia es una realidad en nuestra sociedad. Es uno de los pocos tipos de discriminación que permanecen aun normalizados y que son sociablemente aceptados y hasta aplaudidos. Gracias a la patologización que se ha hecho de los cuerpos gordos (orquestada en gran parte por la comunidad médica), pareciera ser válido violentar y discriminar a aquellos cuyo cuerpo no se adapte a la norma establecida. La falsa creencia de que el tamaño del cuerpo es modificable a voluntad, y de que quien “es gordo es porque así lo quiere”, valida la violencia y agresión a que los cuerpos de mayor tamaño son sometidos diariamente.

 

La premisa, falsa por cierto, de que siempre un cuerpo más delgado es más sano, ha llevado a nuestra cultura a normalizar conductas patológicas y restrictivas vinculadas con la dieta y el ejercicio, a tal grado de que “en nombre de la salud”, se validan y justifican prácticas que claramente ponen en riesgo y atentan con esta tan valorada salud: consumo de medicamentos riesgosos, cirugías, restricciones severas, eliminación de grupos de alimentos, ejercicio compulsivo entre otros.

 

Lamentablemente, con los niños las cosas no pintan muy distinto: el niño que es etiquetado como gordo sabrá desde pequeño que la comida se asocia a la culpa, que las personas de su alrededor vigilan sigilosamente cada bocado que él ingiere, y que ésta policía alimentaria constantemente calificará su forma de comer y el tamaño de su cuerpo. Estos niños crecen la mayoría de las veces, odiando su cuerpo, y vinculándose con la comida de una forma disfuncional.

 

La salud es la bandera bajo la cual se arropa en nuestros días la gordofobia, justificándose por medio del argumento de que las personas gordas, por no cuidar su salud, merecen el maltrato. Sin embargo, todos estos “embajadores y jueces de la salud” muestran claramente una visión sumamente reduccionista de lo que es realmente la salud, ya que, ante esta creencia de que adelgazando se podría prevenir casi cualquier enfermedad, se ignora por completo el lamentable efecto emocional, social y también físico, que acarrea la eterna persecución de la delgadez.

 

Los cuerpos gordos son estigmatizados, sin distinción de edad o género. Y es justo este estigma asociado al peso lo que pudiera estar mermando de forma más severa la salud de aquellos que no tienen un cuerpo delgado. Las personas gordas son discriminadas, y es bien sabido que esta discriminación se asocia a mayor riesgo de enfermedad y de mortalidad . Además, este estigma hace que las personas de pesos altos se alejen de los servicios de salud y asistan menos a sus consultas médicas intentando así escapara a la violencia de la comunidad médica. Simultáneamente, muchos pacientes de cuerpo grande son sub diagnosticados, ya que los médicos suelen achacar cualquier sintomatología al peso, dejando de hacer los estudios pertinentes que podrían conducir a un diagnóstico anticipado.

 

Un niño gordo crece y vive muy distinto que uno flaco, y esto tiene que ver básicamente con que el mundo los trata de formas muy distintas. Las infancias y adolescencias gordas en la gran mayoría de los casos se sufren, se padecen y más que vivirse se sobreviven. Si realmente lo que nos interesa es la salud de nuestros niños, es imperativo que ampliemos nuestra mirada hacia una visión más integral y holística. Quizás nuestra mayor aportación a la salud de nuestros pequeños podría ser empezar a desmantelar nuestras propias gordofobias.