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Por los rincones de Luis Mateo

Es un paseo por algunos de los lugares de la infancia del escritor Luis Mateo Díez, nacido en Villablino el 21 de septiembre de 1942, recreados con sus palabras, hijas de la memoria fecundada por la imaginación, como a él le gusta repetir.

Unos arropan sus vivencias personales, evocadas con una gran intensidad poética en las páginas de Días del desván, La mano de tiza y Lunas del caribe.

Otros le sirven de inspiración para construir ficciones con personajes y argumentos reales o imaginarios que son reflejos de distintos momentos en el devenir del Valle, desde los muy remotos, como los que reviven en las leyendas del Apócrifo del clavel y la espina, hasta los más cercanos, como los que animan los relatos Viento minero, el fragmento de La fuente de la edad, Cielo de la distancia o Las lecciones de las cosas. El escenario de esta última, la fundación Sierra Pambley, es el punto de partida del recorrido.

LA RUTA

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LA CASA DE SIERRA PAMBLEY

Casona de Sierra Pambley

-Sería feliz —dice don Paco Sierra— si de aquí a un año pudiera estar abierta una primera escuela en Villablino. Sería una Escuela de Niños destinada, como don Francisco y don Manuel conmigo acordaron, a ampliar la enseñanza primaria, pero también Profesional, o sea, Mercantil y Agrícola. Ustedes saben que las gentes del Valle, que son emigrantes y emprendedoras, acaban de dependientes de comercio cuando pueden en León o en Madrid o en Barcelona o donde sea, y los que aquí se quedan no tienen más alternativa que la agricultura y la ganadería…

(Las lecciones de las cosas)
Casona de Sierra Pambley

LA LIBRERÍA DE NEMESIA

Una luna más fría iluminó a Opal en la barca donde falleció en­tre los brazos de un compañero del Sierra Aránzazu, el mercante en el que llevaban a Cuba aquellas navi­dades un cargamento de juguetes y que fue atacado por una lancha anticastrista.

libreria

Uno de aquellos sucesos trágicos, despiadados, que ocupaban cierto despliegue de prensa, cierto revuelo diplomático, y poco más.

La luna de nuestra aventura en el Caribe del Desván, de la in­fancia, todavía brilla en una viñeta o en una página mugrienta. La de la muerte de Opal perdió el fulgor en el invierno de nuestra edad, pero la vida o, mejor, la muerte, la guarda en el mismo recuerdo: el de aquellos ojos de un niño que leía tirado por el suelo.

(Lunas del Caribe)

ANTIGUO AYUNTAMIENTO

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Hasta que descubrieron que el Desván era un refugio pasó algún tiempo. La idea del refugio se acomodaba muy bien al secreto, y fueron los secretos desvelados en el misterio y el sigilo los que contribuyeron a que esa idea se afianzara, de modo que el refugio era un escondite y un lugar clandestino que ofrecía innumerables hallazgos.

Pero hasta que se produjo ese descubrimiento, el sueño de los niños traviesos, encerrados en el Desván para expiar las travesuras, recreó los con-sabidos fantasmas, más fúnebres desde que comenzaron a obsesionar-se con la presencia de un muerto que recorría por la noche los pueblos del Valle y subía después al Desván.

(Días del desván: El refugio)
ayuntamiento
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LA FUENTE

El mármol de la fuente contras­taba en la nieve con la suciedad puli­da que amparaba sus años en el cen­tro de la plaza. Era un mármol que semejaba la pátina de los pergami­nos, como si la piedra fuese derivan­do en su vejez en la piel de las reses que todas las tardes abrevaban en el pilón.

(Días del desván: La fuente)

EL CINE

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Al hombre del Cine lo descubrie­ron una de aquellas mañanas de los lunes, cuando aprovechaban el recreo para ir a rebuscar en la basura que todavía conservaba el aroma húmedo del serrín.

Los hallazgos más preciados eran siempre los fotogramas sueltos que el operador tiraba en el suelo de la cabina y las colillas de cigarrillos rubios, sobre todo aquellas que los fumadores habían arrojado apenas sin consumir, probablemente urgidos por el comienzo de la proyección

(Días del desván: Colillas)
cine
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ESCUELAS GRADUADAS (I)

La voz de don Servo iluminaba en la lectura unas historias que había que escuchar sumiéndose en la imagi­nación y las palabras que las narra­ban, como si esas palabras estipula­ran un orden al que había que some­terse para descifrar el sentido de lo que contenían. Las voces nocturnas, las espontáneas que contaban al hilo de un recuerdo, como si fuesen deu­doras de una memoria y una imagina­ción anónima y heredada, no era pre­ciso asumirlas para desvelar su conte­nido, ya que contaban con la misma utilidad con que se habla para comuni­car cualquier cosa, con las palabras diarias.

La lectura de don Servo contri­buía, además, a acercarlas con una paralela temperatura y una emoción que apenas diferenciaba el encanta­miento de lo que en la cocina y en el aula se escuchaba.

(Días del desván: Las voces)

ESCUELAS GRADUADAS (II)

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Don Higinio, el maestro de la segunda, se ocupó al día siguiente de abrirnos el aula.

Fue como ver otra vez la mano prodi­giosa de don Sergio apurando de un golpe los oscuros espacios del ence­rado. Como sentir la agilidad de su recorrido en un mágico instante de colmados colores.

La luz primaveral que entraba por los ventanales iluminó aquellos paisajes que él nos había dejado allí, dibuja­dos aquella noche antes de partir.

Y eran nuestro pueblo y nuestro Valle tan fielmente reproducidos que la tiza se fundía en el verde de la vega y en el ocre de la dehesa y en el azul del cielo, con hombres y pája­ros y vacas, y el rumor vivo de la ma­ñana ascendiendo en el humo calien­te de las chimeneas.

(La mano de tiza)
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cementerio

PARQUE DE LOS CEDROS
ANTIGUO CEMENTERIO

La vida que llevan algunos muertos – contaba Ciro – es casi la misma que cuando vivían, sobre todo la de los que murieron matándose. Hay cementerios que no le desearía ni a mi mejor amigo, muchos en los que ni lo sagrado mejora lo civil, y otros con las fosas comunes hechas un gatuperio.

(Días del Desván 14: Cementerios)

IGLESIA DE SAN MIGUEL

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A Griseria y a Lipio los conocían los niños desde siempre pero aquella mañana los vieron como nunca podían imaginarlos, presidiendo, del brazo de los res­pectivos padrinos, la lenta procesión de los invitados que componían la comitiva que cruzaba San Miguel hasta el barrio alto de la iglesia

(Días del Desván 22: La boda)
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CUADRA DE CONRADO

Entraron tras ella en la cuadra. Era un amplio local sumido en una benigna penumbra, con un largo pesebre en el centro, a cuyos lados rumiaban una docena de vacas y algunos terneros, Al fondo había otro pesebre, donde los cofrades pudieron distinguir la yacente figura de un hombre, arrebujado entre la hierba y las mantas.

(La fuente de la edad.- Capítulo 9: Jardín cerrado)

LA CASONA

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Para cualquier curioso viajero que llegue a Las Murias de Valbarca es motivo de atención la casa solarie­ga de Alcidia, edificio de dos plantas armado con piedra de sillería que tie­ne ocho balcones en la fachada, huer­ta aledaña cercada por un vallar de cantos desnudos, tejado de pizarra y el escudo de armas en su frontal, to­davía moteado por las pátinas que recuerdan la negra voracidad del fue­go.

En sus paredes maestras perdu­ran las huellas intermitentes de los canteros, y a su vera se arraiga un tilo de ramaje frondoso que por la prima­vera esparce el aroma medicinal y la sombra beneficiosa, caída a los poyos que rematan el pie de la fachada

(Apócrifo del clavel y la espina)
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CASA DEL HOJALATERO

Cuando el Hojalatero del Valle se fue a Cuba todavía no era hojalate­ro. Su padre no sólo no había logrado atarle al oficio, ni siquiera interesarle en él.

En la mente de Oredio existía la idea difusa de que el Valle era como la habitación más pequeña de su casa y eso que todas, exceptuando la coci­na, eran pequeñas, y que un espacio así de constreñido agobia más que alienta.

(Cielo de la distancia)

LA ESTACIÓN DE VILLABLINO

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El tren minero sólo comenzó a compaginar su recorrido con el trans­porte de viajeros cuando se completó la línea. Se había convertido en un mixto que al menos en algunos viajes permitiría ir y venir a las gentes de las aldeas, que llevaban algún tiempo viendo pasar aquellos convoyes su­cios y grasientos, que derramaban el carbón como si les sobrara o no di­eran abasto a transportarlo.

Carbón y pasajeros, era lo que lleva­ban pidiendo en el Valle desde hacía tiempo: el humo de las santafés y el verdadero estruendo del progreso por donde el silencio huele a pobre­za.

(Viento minero)
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