Esto era un argentino que de camino a Italia paró en Albacete durante once años, recorrió España, y cuando estaba decidido a mudarse a las montañas del País Vasco acabó en Penoselo. ¿Otra manera de contarlo? Érase una vez un porteño jugador de rugby, licenciado en Económicas y técnico mecánico que trabajó montando los hinchables en la Vuelta a España, fue camarero en Benicassim, vendió quesos manchegos por todo El Bierzo y ahora elabora su propio embutido y prepara una carne de infarto en el único bar de Guímara. Si fuera el argumento de una novela resultaría casi inverosímil y lo curioso es que todo es cierto. Y aún hay más. Porque hay personas que cortan la vida a su medida. Maximiliano Ariel Romero es Gurka por el error de un funcionario que tomó mal el nombre de su abuelo vasco cuando llegó a la Argentina (porque nuestros abuelos no cruzaron el Atlántico para emigrar a un país sin el artículo delante). Pero si quieres dar con él, basta con que al poner el primer pie en la comarca preguntes por el argentino de Guímara. Allí, en el último pueblo del ayuntamiento de Peranzanes, quizá te reciba tocando la gaita asturiana.

Gurka tocando la gaita asturiana en A corte del Toro en Guímara

Pero expliquémonos primero. Todo el mundo sabe que el buen argentino no puede ir al grano y por eso Gurka, cuando después de cambiar la caótica Buenos Aires por la histórica Albacete quiso mudarse al monte, pero al monte monte, la sugerencia de una amiga que le habló de Penoselo no le convenció nada. “A León no, que eso es llano”. “El Bierzo no, es diferente”, me dijo ella, “así que agarré la furgoneta y me presenté en Penoselo en diciembre, solo estábamos una señora, Rosario, y yo, pero me gustó”. Por supuesto, se hizo amigo de la única vecina del lugar y le preguntó de inmediato por alguna casa en venta. Después de varias llamadas sin respuesta dio por concluida su aventura berciana y regresó a Albacete. Allí, ya recogiendo sus cosas para trasladarse al País Vasco, encontró uno de aquellos números de teléfono y decidió hacer un último intento. “Me cogieron y pregunté ¿vendes una casa en Penoselo? Sí. ¿Por cuánto? 3.000 euros. Pues dame tu número de cuenta. ¿Pero sabes cuál es la casa? No, ¿pero tiene paredes y techo? Pues me vale”. Dicho y eso. Vuelve al Bierzo y se queda viviendo en Sésamo mientras piensa, “¿de qué vivo acá?”.

“Nunca puse en la balanza el dinero, estaba hasta las pelotas de las ciudades, pero no soy hippie. No me gusta la guita pero sé que hace falta”, explica. Su pareja de entonces se mudó con él y los dos empezaron a vender quesos manchegos en los mercadillos. “Yo ya había recorrido casi todo El Bierzo pero no sabía ni que existía Fornela. Un día, la pescadera me preguntó si quería subir a vender aquí y le dije, ¿pero dónde mierda está eso? “. Cuando llegaron a Guímara se enamoró. “Me encantan los pueblos donde se acaba la carretera. Es más difícil vivir, pero nadie te rompe las pelotas. Ya el primer día pensé ‘¡pero cómo no lo descubrí antes!’. Incluyó el pueblo en su ruta de venta y comenzó a subir todos los viernes hasta que un día le comentaron que iban a cerrar el bar. Contactó con el presidente. El bar salía a concurso y tenían preferencia los de la localidad. Tomó entonces la decisión de mudarse a Burbia, más cerca de Penoselo, y empezar a arreglar su casa. “Pero me llama el presidente otra vez y me dice que los chicos que cogieron el bar no lo quieren”. Y así comienza su nueva vida. Aunque estaban a 27 de diciembre y le pusieron la condición de abrir el 31, aunque el bar no tenía casi de nada y el día que abrió los vecinos le tuvieron que llevar vasos de tubo, aunque hacía más de 30 kilómetros todos los días para subir a trabajar desde Sésamo, la osadía mereció la pena.

“No es posible, juegan al truco igual que nosotros. Llamé a todos mis amigos, lloraba de la risa”

En Guímara conoció a Elpidio, “como un padre”, dice, y aún se emociona cuando explica cómo le cedió una casa sin luz y sin agua para que no tuviera que bajar y subir a diario. “Yo a ese hombre no lo conocía de nada, y al día siguiente me acerqué y me estaba pintando la casa, le quise ayudar y me dijo ‘¡vos a atender el bar!’. Al siguiente cuando volví me estaba poniendo un calentador de agua caliente. Tenía una estufa de carbón que tuve que aprender a manejar porque yo el carbón de mina no lo había visto nunca, pero la verdad que calentaba como la puta que lo parió”. Y entonces pasó, después de recorrer España escuchó la palabra en un pueblo de 30 personas cuando echando la partida uno de los presentes exclamó ‘truco’. “No es posible, juegan al truco igual que nosotros. Llamé a todos mis amigos, lloraba de la risa”. Nunca sabes qué va a hacer que te sientas en casa.

Y así llegó el verano y vio cómo el pueblo y el bar se llenaban de gente. La chica se marchó, “como era lógico”, y él pensó entonces en si debía continuar a solas o no. En un último giro y a punto de abandonar las montañas para trabajar en Barcelona, las miró, allí arriba, cercando el valle donde parece que se acaba el mundo, y pensó “si yo acá vine porque quise”. Y se quedó. Ahora en el bar ya no cocina solo, él hace la carne y Bea el caldo de berzas y los callos, nuevo plato estrella de la casa. Y por la calle corretea la primera niña que ha vivido aquí en décadas.

Consiguió vivir en la montaña, como quería, y aunque haya renunciado a su odio por la tecnología para hacerse famoso en Facebook comparando Guímara con Siberia, la balanza sigue estando a su favor. “Veo Guímara como la Galia, como el reducto de Astérix, siempre me lo imagino así”. Si quieres probar, en A Corte del Toro también te puedes poner como el mismo galo a base de vino y cecina curada con el aire gélido de un pueblo que siempre ha resistido.

Gurka y su niña, Martina, la primera que vive en Guímara en décadas.

Gurka, Bea, y la hija de ambos.

Primer cumpleaños de Martina

Elpidio, que se convirtió en un padre para Gurka, tocando el acordeón en el bar del pueblo.

Elpidio enseñando a tocar a la niña.

Día de la boda de Bea y Gurka, en el bar con la gente del pueblo

Boda en el bar, todos con madreñas

Fiesta de Guímara, con los camareros

Gurka, Bea y Martina en Guímara.

Gurka cuando trabajaba montando los hinchables de la Vuelta a España.

En la parrilla

Gurka, en una imagen actual en A Corte del Toro