Capítulo #16 del podcast La Senda de las Plantas Perdidas

[~ 14 minutos de lectura]

[Emitido el 30.01.20] | Abrir el podcast en una ventana nueva o Descargar

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Érase una vez un grupo de árboles que amaban el agua y el viento, que refrescaban plazas con su sombra y saciaban el hambre del ganado.

Érase una vez un pionero prehistórico tras la última glaciación, un árbol de proporciones míticas (e impresionantes alturas reales), un árbol que proporciona madera sumergible y fibras para hilar, tejer o trenzar canastos o chaquetas bordadas con sueños en tierras lejanas.

Érase una vez un gigante con pies de barro, un árbol tan imponente como vulnerable ante sus enemigos, que han decimado sus poblaciones y amenazan con borrarlo de nuestros paisajes y nuestra imaginación.

Érase una vez… los olmos.

En el podcast de hoy, historias de Ulmus… ¿te animas?

Mi abuela era muy trabajadora, y pasaba todos los días trabajando; para fabricar morrales iba a la montaña, y corteza de olmo también recogía; Al anochecer hilaba con entusiasmo, junto al fuego se lamía los dedos, e hilaba. Cuando me dormía, siempre me cantaba canciones de los dioses. Su voz, muy hermosa, aún no la he olvidado.

Muy buenas, y muchas gracias por acompañarme en La Senda de las Plantas Perdidas, un podcast etnobotánico donde dar voz a nuestras historias de amor (y desamor) con un reino tan fascinante como esencial: el reino vegetal.

Soy Aina S. Erice, bióloga y escritora, y estoy feliz de que hayas decidido unirte a mí para conocer a los protagonistas vegetales de nuestro capítulo de hoy, que suelen estar asociados a las aguas. Aunque no sean tan acuáticos como los sauces o los alisos que aparecieron en capítulos anteriores de este podcast, a menudo encontrarás a estos árboles junto a fuentes, arroyos y ríos formando bosques de ribera… pero no solo.

Pues los hemos apreciado tanto (sobre todo en determinados lugares y épocas históricas), que nos los trajimos también a los bosques urbanos que hemos creado, sembrándolos por su fresca sombra y porte elegante en plazas, calles y avenidas…

¿Aún no has caído en la identidad de estos árboles? Se trata de los olmos.

Pero ¿quiénes son los olmos?

Aunque este nombre a veces baile un poco entre árboles distintos, aquí me voy a referir a las aproximadamente cuatro decenas de especies dentro del género Ulmus, que viven en todo el hemisferio norte.

La región con mayor riqueza de olmos, con diferencia, es el lejano Oriente: en China crecen nada más y nada menos que 25 de los 40 Ulmus que existen. Algunos son extremadamente raros y amenazados, como Ulmus gaussenii, el olmo de Anhui, que vive silvestre únicamente en una montaña de la región de Anhui (en China oriental). En 2006, existían únicamente 26 ejemplares maduros en una superficie de 10 ha.

En cambio, en la otra punta del planeta crece la que probablemente sea la especie más alta del género Ulmus: U. mexicana (o tirrá, como lo llaman en Costa Rica), habitante endémico de los bosques de niebla en América central, que ocasionalmente alcanza e incluso supera los 80 metros de altura —de hecho, es uno de los árboles más altos de México.

En Europa destacan tres olmos autóctonos: el de hoja pequeña o negrillo, Ulmus minor; el olmo montano o llamera, Ulmus glabra, y el olmo blanco o temblón, Ulmus laevis.

Como buenos hermanos que son, todos los Ulmus comparten parecidos, más o menos fáciles de reconocer. Sus hojas, por ejemplo, se disponen de forma alterna a lo largo de las ramas, con el margen formando finos dientes de sierra (simples, o incluso dobles), y la base de la hoja asimétrica.

Rama de olmo
Inconfundible, ¿no? Hojas alternas, margen finamente aserrado, base asimétrica… esta es una ramita de Ulmus glabra.

Los olmos tienen follaje caedizo y se desprenden de él cuando llega el frío; pero en primavera lo primero que asoma por las ramas son flores de aspecto bastante escuchirrimizado, que suelen pasar bastante desapercibidas (de hecho, no recuerdo haber notado nunca olmos en flor; a ver si este año me pongo la alarma y me voy al parque bien adrede). Lo que sí es fácil de ver y de admirar es lo que viene después de la flor.

Al igual que los fresnos del capítulo anterior, Ulmus saca esos frutos secos alados que conocemos como sámaras, pero la pinta que tienen es bien distinta: la semilla del olmo está aposentada en el centro del fruto (en los fresnos se coloca a un lado), y el ala suele rodearla entera como un halo. Son sámaras muy ligeras, que nacen verdes y cubren las ramas de los olmos antes incluso de que asomen las hojas nuevas, y una vez maduros y secos se desprenden del árbol y se encaraman a las corrientes de aire que pasan, en busca de nuevas tierras donde poder germinar.

Sámaras de olmo
Ahí las ves, sámaras posadas como alas de mariposa joven (verde) o madura (marroncita) preparándose para emprender el vuelo…

Y si te explico estos detalles ulmáceos, es porque tienen importancia a la hora de entender algunos trozos de su historia —ya que los olmos, al igual que todos los árboles (y seres, animados e inanimados), que existen, tienen una historia, una cuarta dimensión que va desplegándose a lo largo del tiempo y del espacio.

Y quienes nos dedicamos a contar historias sabemos la importancia que tiene elegir dónde colocas el Érase una vez que inaugura el relato…

Hoy empezaremos hace más o menos 11.000 años, al inicio de la época geológica que conocemos como Holoceno.

Tras un par de millones de años de glaciaciones intermitentes, los hielos se baten en retirada definitiva, dejando a su paso tierras casi vírgenes, desnudas… tierras que, como puedes imaginar, las plantas van a apropiarse de inmediato. En aquellos lugares donde las condiciones lo permitan, las praderas y estepas evolucionarán y se convertirán en bosques, sí —pero la identidad de los habitantes de estos bosques irá cambiando con el paso del tiempo.

Hay árboles que llegan raudos como centellas, y otros que se toman su tiempo para emprender el viaje al norte.

Los olmos, con sus espléndidas sámaras voladoras, viajan ligeros de equipaje, y forman parte de la oleada de pioneros rapidísimos: en mil años años nada más alcanza y cubre la península escandinava y las islas británicas, y alcanza su máximo esplendor hace unos 6000-7000 años, época dorada en que abundan los bosques mixtos de olmos y tilos.

¿Cómo podemos saberlo? Pues a partir del polen que queda atrapado en los sedimentos geológicos, que nos permiten deducir (con mayor o menor acierto) qué plantas estaban presentes en un lugar y época determinados; y, según las cantidades de polen que aparezcan, la abundancia de la planta en cuestión.

Dos granos de polen de olmo
La palinología es una disciplina fascinante y que requiere un buen ojo para identificar polen de distintos géneros o especies… aquí, dos granos de polen de Ulmus glabra. Fotografía sacada de The Global Pollen Project, aquí.

Así el polen puede contarte una parte de la historia… pero no siempre, y sobre todo, no te la cuenta toda.

Lo que sí nos dice claramente es que, hace unos 5000 años aproximadamente, la historia cambia: vemos un declive muy fuerte en la cantidad de polen de Ulmus en los registros de varias regiones europeas, sobre todo en el norte (Escandinavia, las islas británicas, Países bajos, Alemania, países bálticos…).

Ahora bien, no tenemos del todo claro el motivo de por qué paso esto: ¿cambio climático? ¿Impacto humano? ¿Enfermedades? ¿Cambios en los suelos?

No estamos seguros al 100% de a quién tenemos que echar la culpa, y llevamos dándole vueltas al asunto desde hace ochenta años, mientras en el aire flota un interrogante, más o menos explícito: ¿se está repitiendo la historia otra vez?

Marcas en el tronco de un olmo muerto
Se entiende por qué la llamamos grafiosis, ¿no? Las marcas las dejan los escarabajos, vectores de transmisión del hongo… Foto de un olmo muerto en Inglaterra, de Stefan Czapski.

Porque si por algo son tristemente famosos los olmos en los últimos tiempos es por su susceptibilidad a una enfermedad muy agresiva conocida como grafiosis, que durante el s. XX ha devastado sus poblaciones en buena parte de Europa y América.

La principal causa de esta hecatombe es un equipo letal formado por un hongo y un escarabajo. El hongo que provocó estragos durante las primeras décadas del siglo se conoce como Ophiostoma ulmi, y su hermano virulentísimo, O. novo-ulmi, atacó en la segunda mitad de siglo, y aún sigue azotando Ulmus. En ambas ocasiones contó con la colaboración de escarabajos del género Scolytus, que ponen sus huevos debajo de la corteza de los olmos, e inoculan a la vez el hongo infeccioso.

Parar este declive es una batalla difícil de ganar, pero al menos sabemos por qué está pasando. Pero… ¿hace 5000 años? La cosa está complicada, aunque a día de hoy la hipótesis de que los causantes también fueron patógenos está ganando adeptos.

Con todo, hay que tener en cuenta que los humanos ya estamos en el escenario cuando pasa todo esto, y hay quien piensa que pudimos tener algo que ver en este primer declive prehistórico de los Ulmus europeos, que coincide más o menos con la transición hacia modos de producción y supervivencia más agrícolas y ganaderos que de caza-recolección… y los humanos agropastorales no debimos de tardar mucho en descubrir lo útiles que podían sernos los olmos.

Más o menos al mismo tiempo que los olmos conquistaban terreno tras el fin de la última glaciación, un grupo de humanos que vivían en Oriente próximo y medio entablaron una relación interesante con un animal, que la ciencia conoce como Bos taurus; la relación fue estrechándose con el paso del tiempo, y el resultado final fue la domesticación de la vaca.

Vaca al acecho
Acechando entre helechos, de repente asoma… ¿una vaca? : D

Poco se imaginarían aquellas vacas primigenias que sus descendientes terminarían trotando por todo el viejo mundo, o que los pueblos nordeuropeos las adoptarían como pilar de riqueza y estatus. Así, en las culturas escandinavas antiguas, la palabra para el ganado bovino es idéntica al término para hablar de riqueza (), y una de las actividades productivas más importantes en las sociedades vikingas se centraba en el ganado, y en acumular los recursos necesarios para alimentarlo.

Y las vacas no sólo se alimentan de hierbecilla y pasto abierto (al menos, no en lugares donde los inviernos se vacían totalmente de verde y se visten de hielo y nieve). En los meses de frío, tus reses van a tener que alimentarse de otra cosa —y, aunque la paja es un alimento frecuente y socorrido, pronto descubrimos que las hojas de algunos árboles son excelente alimento para vacas… entre ellas, las hojas de fresno, y, sobre todo, las de los olmos, que se han empleado como ramón para el ganado desde tiempos inmemoriales.

De hecho, hay quien sugiere que la creación humana en la mitología escandinava tiene que ver indirectamente con las vacas (!): si escuchaste el capítulo anterior del podcast, quizás recuerdes que en la Edda poética la humanidad desciende de una pareja primigenia hecha de madera, Askr el hombre y Embla la mujer —que pueden interpretarse como “fresno” y “olmo”, justamente los dos árboles más importantes para el sustento de las reses (más el olmo que el fresno).

Olmo
Sombra verde de negrillo (Ulmus minor) en el Real Jardín Botánico de Madrid

Y no sólo en Fenoscadia se reconoce la estrecha relación entre olmos y vacas; si nos vamos a Irlanda, por ejemplo el árbol se menciona en textos medievales como “sustento del ganado”, o “amigo del ganado”.

También en el Mediterráneo la asociación entre los olmos y los sistemas agropastorales es muy estrecha, aunque se declina de forma distinta (y el olmo no es la pareja femenina del fresno, sino el esposo de la vid), pero hoy no nos adentraremos por ese camino (y más teniendo en cuenta que ya he compartido anécdotas e información sobre esto tanto en el Libro de las plantas olvidadas  como en redes, y no me gusta mucho repetirme).

Allá donde agricultura y olmos han convivido, no es raro que los gestionásemos desmochándolos (al igual que hemos hecho con otros muchos árboles, como te contaba se ha hecho con los sauces o los tilos)… y no solo por sus hojas: pues hay otras partes de los olmos que también hemos apreciado, como por ejemplo su madera.

Además de ser dura y densa, esta madera tiene una característica curiosa, y es que es muy resistente cuando la sumerges. Por eso se empleaba para canales, conducciones de agua, norias, y otros instrumentos que pasaban parte de su vida en contacto con agua, así como para la construcción de barcos.

Era árbol útil, y considerado de bella estampa, así que, cuando el rey Luis XIV de Francia dicta una ordenanza para regular los bosques y aguas franceses (sobre todo para garantizar que la marina francesa no tendrá problemas de aprovisionamiento de madera en un futuro), los olmos aparecen mencionados varias veces, por ejemplo en esta sección dedicada a los caminos:

“Todos los propietarios de propiedades adyacentes a los grandes caminos y ramificaciones destos mismos, estarán obligados a plantarlos con olmos, hayas, castaños, frutales, u otros árboles acordes con la naturaleza del terreno, a distancia de treinta pies los unos de los otros (…) y si algunos de los susodichos árboles perecieran, deberán replantarlos antes de que pase un año.”

Políticas arbóreas públicas clavaditas a las que vemos hoy en día, ¿verdad?

Pero antes de llegar a la madera, los olmos (algunas especies, al menos) nos han proporcionado otro material muy interesante, en el que hoy raramente pensamos: la corteza.

Porque, al igual que pasa con los tilos, hay integrantes del género Ulmus cuya corteza es fibrosa, y este descubrimiento abrió un mundo de posibilidades ante aquellos que sabían cómo aprovecharlas…

Entre los pueblos indígenas americanos, por ejemplo, si das un repaso a sus olmos nativos (como Ulmus americana o U. rubra) salta a la vista el empleo de su corteza para cordelería y cestería —aunque no solo, también tienen otros usos interesantes en los que no entramos porque no quiero alargarme demasiado, y aún quiero llevarte a conocer un uso fascinante de las fibras de corteza de Ulmus, hoy en vías de desaparición junto con el pueblo que desarrolló esta tradición. Por eso, ponte el cinturón y prepárate para un largo viaje, porque nos vamos a visitar tres islas en el Extremo Oriente, a conocer a los Ainu…

Si miras un mapa de las costas orientales del viejo mundo, verás que están salpicadas por un collar de islas e islotes, más o menos grandes, que orlan el continente y crean una hilera de mares interiores, como el de Japón o, más al norte, el de Ojotsk.

Hasta hace unos pocos siglos, prácticamente los únicos moradores de aquellas islas (las Kuriles y Sajalín, hoy rusas; Hokkaidô, hoy japonesa) era un pueblo de cazadores-recolectores que conocemos como los Ainu.

Attush ainu
Ahí tienes un magnífico, bellísimo attush del s. XIX conservado en el Museo Nacional de Tokyo, creado por los Ainu de Sajalin.

Se trata de un pueblo bastante castigado durante los últimos tiempos, pero si te cuento esto es porque sus tradiciones textiles tienen como protagonista a un olmo, Ulmus laciniata u olmo de Manchuria (ohyô en japonés). Como puedes imaginar, la corteza de este olmo es fibrosa, y los Ainu sabían (y, algunos de los que quedan, aún saben) extraer y preparar las fibras para hilarlas y tejerlas.

El fragmento que has escuchado al principio de la senda de hoy provenía de las memorias de un ainu, protagonizadas por su abuela —pues, entre los ainu (como entre la enorme mayoría de culturas a lo largo de la historia) las cuestiones textiles pertenecían a la esfera femenina de actividad.

Y quizás el uso más importante de esa tela de olmo era la confección de trajes ceremoniales conocidos como attush o attus, que las mujeres teñían y bordaban —un proceso que en la cultura Ainu es tan material como espiritual, pues no sólo se bordan fibras, sino también oraciones e intenciones: los sentimientos de la artesana terminan cosidos, entretejidos en la pieza, y protegen a quien llevará aquella prenda de olmo.

Es una forma hermosísima de pensar en algo aparentemente tan sencillo como la confección de una pieza de ropa, ¿verdad?

Y hasta aquí nos ha llevado la senda de hoy, que se me ha ido un poco de las manos pero que espero hayas disfrutado recorriendo conmigo.

Seguro que te han venido a la cabeza montones de anécdotas ulmísticas que no he mencionado, y si quieres compartirlas conmigo (y con el resto de vegetófilos que caminan a tu lado escuchando este podcast), ya sabes que puedes dejarme los comentarios que quieras, tanto en la web de ivoox como en redes sociales, sobre todo Facebook, donde me encuentras como @ainaserice*.

*Y, evidentemente y dado que esto ya está colgado en el blog, ¡aquí abajo también! ;D

(Y, por cierto, sí, querido micromecenas que me escuchas: puedes contar con más historias vegetófilas de los Ainu durante los próximos meses en Patreon…)

Sigo colgando las transcripciones en el blog, que encontrarás en la dirección senda.imaginandovegetales.com (si buscas el capítulo de los tilos, encontrarás un vídeo sobre la elaboración de cuerda a partir de fibras de corteza, parecido a cómo se hace con los olmos!).

La luz dorada de la tarde empieza a escurrirse cielo abajo mientras emprendemos el camino que bordea el bosque y linda con los anchos campos que nos separan del hogar. La senda está orlada de vegetación acostumbrada a ver pasar personas y animales con frecuencia, y entre sus habitantes observarás despuntar, aquí y allí, un grácil manojo de flores pálidas, levemente perfumadas.

Tres pistas más puedo darte para que adivines su identidad: la primera… cerveza.

La segunda… Aquiles.

Y la tercera… adivinación.

Ya sabes que si blah blah blah

Y dicho esto, no me queda más que dar las gracias a los olmos, a los que deseo una larga vida libre de enfermedad, agradecerte a ti la compañía, desearte un feliz día…

¡y que la clorofila te acompañe!

Logo del podcast La senda de las plantas perdidas

{Agradecimientos especiales a: Cristina Llabrés y Evaristo Pons por la música, y a Mabel Moreno por el diseño del logo <3}

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5 comentarios en “Gloria y declive de los árboles de leche y sombra: Ulmus spp.

  1. Hola,primero felicitarte por el maravilloso libro que acabo de terminar de leer:El libro de las plantas olvidadas.Un gran libro! ;he disfrutado de él en cada página por su contenido(como buen curioso insaciable ,que también soy,je,je) pero sin olvidar el envoltorio:el diseño, maquetación,etc y por supuesto de los preciosos dibujos que ha hecho Montse(felicítala de mi parte).¡Se va a convertir en uno de mis libros de cabecera!
    Además esta entrada sobre los olmos me ha encantado ya que como aficionado a la naturaleza y carpintero que soy ,siempre he sentido una debilidad por este noble árbol.He tenido la suerte de poder trabajar con su hermosa madera, ya muy difícil de encontrar( por no decir imposible como especie maderable).
    Sé que a nivel estatal llevan varios años intentando sacar variedades que sean resistentes a la grafiosis,a ver si tienen suerte y podemos volver a disfrutar de su bella estampa.
    En fin sin ser pesado, quiero que sepas que estoy agradecido por la labor de divulgación que haces y que a partir de ahora tienes un fiel seguidor,Ciao

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    1. ¡Hola Andrés! Jajajaja creo que es prácticamente imposible hablar apasionadamente de plantas, y a la vez ser pesado: es una contradicción! ;)
      Soy tremendamente feliz al saber que el Libro ha encontrado un hogar tan acogedor contigo (felicitaré a Montse de tu parte sin falta ;D) muchas gracias por haberlo leído y disfrutado con tanta sensibilidad y cariño!
      OH! Os admiro, siempre he tenido una curiosidad tremenda por los oficios que *conocen* a los vegetales de forma tan íntima y táctil, a veces mucho más profunda de lo que puede conocerse solo usando el cerebro y la teoría. Ojalá, ojalá veamos tiempos mejores para los olmos… Hace unos meses, sí, me enteré de que hay en marcha al menos un programa, Olmos vivos, que está identificando y desarrollando variedades resistentes a la plaga que los azota… y les deseo todo el éxito del mundo!
      De nuevo muchas gracias por tus palabras y tu compañía, y para cualquier cosa, ya sabes dónde encontrarme ;)

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