Áspera memoria

Corresponsal de Mí Mismo, exploro este extraño país al que en su día fui arrojado e intento relatar cuanto sucede en él

Una persona toma apuntes en un cuaderno.DAN BROWNSWORD / CORDON PRESS

Corresponsal de Mí Mismo, exploro este extraño país al que en su día fui arrojado e intento relatar cuanto sucede en él. He solicitado la expatriación en varias ocasiones, pero me dicen que de aquí solo se sale a través del budismo o de la muerte. El tren del budismo, para mí al menos, ha pasado y el de la muerte llega frecuentemente con retraso. El resto de las vías hacia el exterior permanecen cortadas.

―Sigue enviando crónicas y deja de quejarte ―me han dicho en el periódico―.

Pues bien, Mí Mismo es un país asfixiante, dominado por el delirio, la fiebre, la ansiedad. Un país i...

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Corresponsal de Mí Mismo, exploro este extraño país al que en su día fui arrojado e intento relatar cuanto sucede en él. He solicitado la expatriación en varias ocasiones, pero me dicen que de aquí solo se sale a través del budismo o de la muerte. El tren del budismo, para mí al menos, ha pasado y el de la muerte llega frecuentemente con retraso. El resto de las vías hacia el exterior permanecen cortadas.

―Sigue enviando crónicas y deja de quejarte ―me han dicho en el periódico―.

Pues bien, Mí Mismo es un país asfixiante, dominado por el delirio, la fiebre, la ansiedad. Un país inquieto, con revueltas diarias, revoluciones semanales, con cambios continuos de gobierno. Ahora mismo me acabo de dar una ducha de agua fría al objeto de calmar la agitación de que era víctima. Tenía la respiración entrecortada por el desasosiego, además de un nudo de plomo en el pecho. Los nudos del pecho, siempre de metales pesados, son lo peor. A veces, para defenderme de su carga, trato de imaginar que son de hilo de oro, lo que me tranquiliza hasta que pienso en la procedencia del oro, que viene, dicen, de unas minas en las que trabajan niños de ocho o diez años. También hombres, desde luego, quizá mujeres, no lo sé, pero he leído que la extracción del oro y los diamantes provoca un sufrimiento humano insoportable. Así que no me parece bien tener un nudo de oro ni siquiera un corazón de oro.

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Vuelvo, en fin, a la respiración entrecortada por el peso del nudo. No sé si esto sirve como crónica. Para escribirla, además de la ducha de agua fría, he necesitado tomarme un ansiolítico porque en el país este de Mí Mismo es fácil conseguirlos. Los reparten a puñados, como los caramelos en la cabalgata de los Reyes Magos. Al poco de ponérmelo debajo de la lengua, el nudo ha comenzado a desatarse, pero me ha quedado de él una memoria áspera. Por lo demás, bien: intentando comportarme hasta el fin del contrato.

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