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Publicado en 11/04/2016

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Editorial: Dilma 2.0

29/12/2014 - 14h37

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DE S�O PAULO

Lo m�s com�n, y casi rid�culo, ser�a imaginar que un presidente reelecto tenga la intenci�n de dar continuidad, en su segundo mandato, a la orientaci�n adoptada durante sus primeros cuatro a�os en el poder.

El caso de Dilma Rousseff (PT) le escapa, en algunos aspectos, a la trivialidad de esa idea. Desde un punto de vista tal vez exagerado, es como si solamente ahora la presidenta inaugurase, de hecho, su gobierno, el cual tendr�a poco en com�n con los obstinados esfuerzos administrativos de los �ltimos tiempos.

�Esta interpretaci�n tiene alguna justificaci�n? Una Dilma 2.0 vendr�a, para algunos, a deshacer los males legados por la antecesora -que es ella misma-. El escenario es poco probable, pero vale analizar los componentes que le dan verosimilitud a esta perspectiva.

El primero fue el nombramiento de Joaquim Levy como nuevo ministro de Hacienda. As�, se indic� que existe una preocupaci�n por el control fiscal y por la realidad de las tarifas, m�s all� de los arreglos y remaches que caracterizaron los �ltimos a�os de la gesti�n de Guido Mantega.

Esto indica que la distancia entre el primero y el segundo gobierno de Dilma ser� tan n�tida, en ese aspecto, como si A�cio Neves (PSDB) hubiera vencido la batalla por la sucesi�n.

Otro punto en el que el nuevo gobierno puede marcar una diferencia en relaci�n con el anterior es respecto del caso Petrobras.

Hasta por un reflejo de autodefensa, la tendencia del grupo dilmista no puede dejar de ser la de retroceder, hasta los tiempos del ex presidente Lula, para achacarle la responsabilidad por los esc�ndalos dentro de la petrolera estatal.

Pese a que Dilma particip� durante m�s de una d�cada de los procesos de toma de decisi�n de la empresa, puede todav�a argumentar que la decisi�n de llamar la atenci�n sobre la situaci�n desastrosa de la refiner�a en Pasadena (Estados Unidos) fue de ella.

Son conocidas, adem�s, las divergencias entre Dilma con el antiguo presidente de Petrobras, Jos� S�rgio Gabrielli, y los m�s notorios miembros de su equipo.

De las noticias espec�ficas sobre el esc�ndalo de corrupci�n se pasa f�cilmente a un tercer factor capaz de presionar por una renovaci�n del poder presidencial en este segundo mandato. Es el m�s arriesgado e incierto y concierne a las relaciones entre Dilma y el ex presidente Lula da Silva.

En la medida en la que intenta librarse de la responsabilidad directa por la ca�da de Petrobras, Rousseff no tiene c�mo no colocar el problema sobre las espaldas de su antecesor.

Por su parte, con una coyuntura econ�mica desfavorable, con un ministro de Hacienda ortodoxo y con los desgastes pol�ticos de las investigaciones en Petrobras, Lula dif�cilmente huir�a de la tentaci�n de acentuar sus discordancias con el gobierno de Dilma, teniendo en la mira su propio retorno, dentro de cuatro a�os.

Hay algunas se�ales de alejamiento desde los dos lados. El hombre m�s cercano a Lula en el equipo de Dilma, Gilberto Carvalho, va a cederle a Miguel Rossetto la Secretar�a General de la Presidencia.

Pocos de los miembros del PT que aparecen dentro del nuevo equipo de gobierno tienen la aprobaci�n de aquellos que est�n indiscutiblemente al lado de Lula. Aloizio Mercadante, en la Casa Civil, y Jos� Eduardo Cardozo, en Justicia, estuvieron en una situaci�n marginal en los c�rculos del poder lulista.

Si el PT ya ten�a razones para quejarse de la nominaci�n de un economista como Joaquim Levy, es innegable que el nuevo ministerio trae gui�os a la derecha y al establishment empresarial.

No s�lo el nombre de K�tia Abreu en Agricultura es dif�cil de digerir para aquellos que todav�a tienen ideolog�a dentro del PT; tambi�n Gilberto Kassab, en el Ministerio de las Ciudades, y el espantoso te�logo y conductor George Hilton, del PRB, en el lugar de Aldo Rebelo, en el Ministerio de Deportes, ser�an se�ales -junto con el conocido n�cleo y miembros del PMDB- de una inflexi�n conservadora por parte de Dilma Rousseff.

Estos hechos, dentro de la pol�tica brasile�a tal como la conocemos, no liberan a la presidenta de los problemas que el aparato del Estado y el juego intimidatorio del PT crearon hasta ac�. Desvincularse del lulismo exige una dependencia mayor de los grandes y peque�os partidos de coalici�n.

El riesgo de pasar de una dependencia a otra podr�a valer la pena en el caso de que la presidenta se rodeara de mensajes y proyectos capaces de fortalecer su imagen personal. Fue as�, temporariamente, en la �poca que se present� como la mujer que iba a "limpiar" el Planalto.

Pero lo que se vio, a lo largo de los �ltimos cuatro a�os, fue una presidenta con capacidades reducidas para reconfigurar la coyuntura a su favor.

Sin conocer la diferencia entre liderazgo y truculencia, entre firmeza y temor, Dilma siempre pareci� no estar a la altura de los desaf�os del cargo, los cuales, hay que hacer justicia, eval�a sin miedo ni frivolidad.

En la campa�a electoral, Dilma avanz� bajo la bandera de la reforma pol�tica; tiene noci�n, sin dudas, de los numerosos problemas que la corrupci�n provoca en el pa�s; hay desaf�os en las �reas de la previdencia, impuestos e infraestructura.

Tomando en cuenta su estilo, que no es el de la experiencia y simpat�a, tal vez no tenga otra salida que enfrentar tales dificultades con el sentido resignado de los l�mites de su misi�n.

Dado su reducido potencial de virtud pol�tica, sin embargo, no hay como no considerar exageradas las expectativas de que lo haga, durante su segundo mandato, con el grado de �xito que el pa�s necesita.

Traducido por NATALIA FABENI

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