Evangelio del domingo 7 de julio de 2024 (Marcos 3, 22-35) "Es fácil cubrir los signos que vienen de Dios con la sospecha de irracionalidad, locura y fuerzas del mal"

Mi madre y mis hermanos
Mi madre y mis hermanos

"Intentaban neutralizarlo en nombre de la normalidad y del sano equilibrio, como se haría con un niño revoltoso, en definitiva"

"Este hombre no era un simple agitador, ¡sino un emisario del jefe de los demonios!"

"'Todo el que hace la voluntad de Dios es hermano, hermana y madre para mí', confirma Jesús. Aquí se desvela (y se confirma) la verdadera 'extrañeza' de Jesús y su híbrida familia"

Jesús se comporta de forma extraña. Algo va mal. Su extrañeza se manifiesta en el hecho de que se entrega a una gran multitud que se reúne a su alrededor y lo asedia, casi aplastándolo. Y ni siquiera se toma la molestia de comer, ni deja tiempo a sus discípulos para que lo hagan. Ya corría el rumor de que había perdido el juicio. No se sabe muy bien por qué: Marcos (3:22-35) no se detiene en explicaciones. Lo que se intuye es que había entusiasmo por las palabras y acciones de Jesús: esto creaba confusión, y su comportamiento parecía absurdo, como movido por otra lógica.

La noticia de esta anomalía había llegado a Nazaret, a oídos de sus parientes, los de su familia, que se habían puesto en camino hacia Cafarnaún, donde estaba Jesús, para tratar de hacerle volver en sí (y quizá para llevárselo a casa). Intentaban neutralizarlo en nombre de la normalidad y del sano equilibrio, como se haría con un niño revoltoso, en definitiva.

Mi madre y mis hermanos
Mi madre y mis hermanos Cerezo

Pero corría otro rumor más maligno. De hecho, allí estaban también los escribas, sabios que habían bajado a Galilea desde Jerusalén a propósito porque incluso allí se había extendido el rumor de las cosas extrañas que había hecho Jesús. Su sentencia es clara: "Está poseído por Belcebú y expulsa los demonios por el jefe de los demonios". Admiten, por tanto, que Jesús realiza hechos extraordinarios, como expulsar demonios, sí. Sin embargo, atribuyen esta capacidad al poder de Satanás y no al de Dios. Este hombre no era un simple agitador, ¡sino un emisario del jefe de los demonios!

Aquí Jesús reacciona, pero con calma. Empieza a hablar en parábolas. Habla de un reino dividido en sí mismo. ¿Podrá mantenerse? No. Y luego habla de una casa mal construida. ¿Podrá mantenerse en pie un edificio con las paredes agrietadas? No. La de Jesús es una reflexión de estrategia: lúcida, clara. Y la aplica inmediatamente a sí mismo y a Satanás: si realmente expulsa a los demonios por medio de su jefe -como dicen los escribas-, significa que Satanás está dividido en sí mismo. ¿Podría resistir? No. Y no es tan tonto: si se rebelara contra sí mismo, sería su fin. Jesús, tomado por tonto, demuestra una lógica sencilla que desmonta en un instante el razonamiento de los sabios escribas. Es fácil cubrir los signos que vienen de Dios con la sospecha de irracionalidad, locura y fuerzas del mal.

Y llegan su madre y sus hermanos. No entran en la casa. Le esperan fuera. Le mandan llamar. Aquí Marcos es duro con la familia de Jesús. Una multitud seguía sentada a su alrededor. La casa de Jesús estaba, pues, constantemente asediada por la gente. A Jesús le dicen: "Tu madre, tus hermanos y tus hermanas te están buscando fuera". Él no se mueve. Responde: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?". Y pensamos por un momento que Jesús está realmente fuera de sí.

Marcos señala que, al hacer la pregunta, Jesús dirige su mirada a todos los que estaban sentados a su alrededor. Los mira fijamente. Y así, con esa mirada que toca los ojos de todos, responde a su propia pregunta: "¡Mirad a mi madre y a mis hermanos! Esa mirada rodea un territorio y una pertenencia. Son ellos, los que están sentados a su lado, perfectos desconocidos, los que son la verdadera familia de Jesús: los que se han abierto paso entre la multitud para escuchar sus palabras y mostrar sus enfermedades con la esperanza de ser curados. Sí, 'todo el que hace la voluntad de Dios es hermano, hermana y madre para mí', confirma Jesús. Aquí se desvela (y se confirma) la verdadera 'extrañeza' de Jesús y su híbrida familia.

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