"¿Cuántos otros Carlo Maria Viganò hay en nuestras diócesis, en nuestras curias?" Mi perplejidad y preocupación por el caso de la excomunión de Carlo Maria Viganò

Carlo Maria Viganò
Carlo Maria Viganò

"Un hombre de Iglesia, incluso arzobispo y representante del Papa como diplomático, que definió el Concilio Vaticano II como 'el cáncer ideológico, teológico, moral y litúrgico del que la Iglesia sinodal bergogliana es la metástasis necesaria'"

"Lo que está en juego es, también, el bien de la Iglesia y su paz por la que en cada Misa rezo antes de la comunión"

"Antes de su ordenación diaconal y presbiteral, prometió creer en lo que cree la Iglesia católica y permanecer fiel a lo que afirma en su magisterio. Entonces, ¿prometió en falso?"

El Dicasterio para la Doctrina de la Fe ha impuesto la pena máxima prevista por el Código de Derecho Canónico, es decir, la excomunión latae sententiae, al arzobispo Carlo Maria Viganò, de 83 años, ex apostólico nuncio en Estados Unidos, y acusado de haber cometido un acto cismático. Hasta aquí… nada nuevo bajo el sol.

 Un hombre de Iglesia, incluso arzobispo y representante del Papa como diplomático, que definió el Concilio Vaticano II como "el cáncer ideológico, teológico, moral y litúrgico del que la Iglesia sinodal bergogliana es la metástasis necesaria", llegando tan lejos al definir al Papa como "falso profeta", se ha excluido efectivamente a sí mismo de la comunión con la Iglesia católica.

 Me parece que el documento que contiene la disposición vaticana no hace más que tomar nota de esta elección personal y extraer las consecuencias a nivel canónico.

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Carlos María Viganó
Carlos María Viganó RD/Captura

 Dicho esto, ¿qué me dice esta historia a mí? No me atrevo a ser intérprete de los demás. ¿Podemos estar tranquilos porque Roma locuta, causa finita? ¿Y más aún porque a las puertas del mes de agosto y del próximo curso pastoral 2024-2025 estamos preocupados por otras cosas que no determinados asuntos internos del Vaticano?

 No soy amigo de las púrpuras cardenalicias ni de las mitras episcopales, pero sí creo que el asunto me concierne y me hace reflexionar porque lo que está en juego es, también, el bien de la Iglesia y su paz por la que en cada Misa rezo antes de la comunión.

 La pregunta que me hace pensar es esta. Monseñor Carlo Maria Viganò hizo las declaraciones cismáticas antes mencionadas recientemente, cuando ya estaba jubilado. No creo, sin embargo, que estos sean los desarrollos más recientes en su pensamiento. Y al pensar y redactar estas líneas, tengo muy en mente que Francisco es Papa desde marzo de 2013 y que el Concilio Vaticano II finalizó en diciembre de 1965.

 Con una simple lectura de la biografía del ex arzobispo, compruebo cómo fue ordenado sacerdote para la diócesis de Pavía en 1968, es decir, después de que terminara el mencionado Concilio. ¿Qué pensaba entonces del citado Concilio? Antes de su ordenación diaconal y presbiteral, prometió creer en lo que cree la Iglesia católica y permanecer fiel a lo que afirma en su magisterio. Entonces, ¿prometió en falso? Hasta puedo suponer que en ese momento estaba convencido de lo que estaba haciendo y sólo más tarde cambió su visión.

 A lo largo de los años, se formó como diplomático para la Santa Sede -por lo que debe haber estudiado aún mejor el Concilio Vaticano II y el Magisterio de la Iglesia-, fue observador permanente de la Santa Sede en el Consejo de Europa y, en 1992, el Papa Juan Pablo II lo nombró Nuncio Apostólico en Nigeria, al mismo tiempo que lo elevó a la dignidad de Arzobispo y lo ordenó personalmente en la Basílica de San Pedro. Entonces Carlo Maria Viganò tenía 51 años. ¿Qué pensaba entonces del Concilio Vaticano II? Sin embargo, guardó silencio sobre sus verdaderos pensamientos, porque estaba en juego el nombramiento episcopal. Y cuando, a los 68 años, fue nombrado Secretario de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, un cargo ciertamente muy importante, ¿qué pensaba del Concilio Vaticano II? ¿Y como Nuncio Apostólico en los Estados Unidos de América?

Viganó

 Mi creencia personal es que Carlo Maria Viganò, un tradicionalista radical, siempre pensó que el Concilio Vaticano II era un cáncer para la Iglesia, colocándose afectiva y efectivamente fuera de la comunión de la Iglesia, pero siempre afirmó y juró lo contrario porque sabía que estaba dentro de una grande perspectiva de hacer carrera, y afirmar en público y en voz alta sus verdaderos pensamientos no era conveniente en ese horizonte de aspiración. El no reconocimiento del Papa por parte de Carlo Maria Viganò, no declarado en los primeros años del pontificado de Francisco, cuando aún ocupaba el cargo de Nuncio Apostólico -y tal vez hasta jugaba con la idea de la púrpura cardenalicia-, sino sólo después de su jubilación, me confirma en mi idea.

 De ahí mi mayor preocupación: ¿cuántos otros Carlo Maria Viganò hay en nuestras diócesis, en nuestras curias, en nuestras congregaciones, en la curia romana,…? ¿Cuántos sacerdotes y obispos viven en la esquizofrenia entre "lo que hay que decir porque la Iglesia lo dice" y "pero, entre nosotros, yo creo que..."? Si así fuera, esto sí debería preocuparnos. Por lo menos, a mí sí me preocupa.

 Hace muchos años, un conocido sacerdote y teólogo en San Sebastián me decía algo que no he olvidado: "Joseba, los Obispos son como los árboles, se pliegan y mecen conforme sopla el viento sin oponer resistencia".

 Se suele decir que en la Iglesia no son queridos los que dicen que algo anda mal, que hay problemas…, ya sean simples curas o grandes cardenales. Es mejor que los papeles importantes, en las grandes parroquias, en las Congregaciones, en las Curias, en el Vaticano, recaigan en quienes siempre dicen que sí, en quienes dicen que todo siempre está bien, en quienes no dan mucho que pensar y temer a sus superiores.

 Incluso la teología paga un precio por ello. A veces se ha señalado, ¿con razón, aunque con deliberada exageración?, que sería una buena idea pedir a quienes quieran ser teólogos que firmen una renuncia a la carrera eclesiástica. La razón es obvia: una teología especulativa de calidad, inspirada en mucha oración, lectura, estudio y reflexión, pero que se desvíe mínimamente de lo que siempre se ha dicho, excluye la posibilidad de convertirse en obispo, y, por supuesto, quienes así lo desean acaban pronto por cumplir esta exigencia tácita pero que hasta puede estar tácitamente vigente.

 ¿Qué no se hace por más poder? Lo hemos visto, por ejemplo, en la ciencia ficción en tantas películas. Lo hemos visto en las instituciones humanas y sociales, de la cultura, de la economía, de la política… Uno dice que cree en lo que no cree y hace lo que nunca querría hacer. El problema es que si se hace en otros ámbitos parece que medio nos sonreímos no se sabe si con indulgencia o indignación. En cambio, si esto sucede en la Iglesia, me parece que hay un poco menos de qué reírse, y sí de preocuparse.

Trump-Viganó
Trump-Viganó

 He leído por ahí una frase adjudicada a Santa Teresa de Calcuta: ‘La honestidad y la transparencia te hacen vulnerable. Sé honesto y transparente de todos modos’. Ciertas formalidades y ciertos formalismos suelen esconder turbios secretos no confesables porque provienen del Maligno cuando el ‘sí’ no es ‘sí’, y el ‘no’ no es ‘no’ (cf. Mateo 5, 37). Y es que la oscuridad nunca es transparente y la honestidad es el valor de la verdad.

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