"Monje es aquel que se considera uno con todos, acostumbrado como está a verse en todos" San Benito, patrono de la Europa abierta que acoge

San Benito, patrono de Europa
San Benito, patrono de Europa

"Ante las tragedias cotidianas que siguen ocurriendo en el Mediterráneo y a lo largo y ancho de las zonas de guerra, la solución no puede venir de la geopolítica emocional. La opción de San Benito es clara: acogida y hospitalidad"

"En el monasterio, la llegada de huéspedes es una bendición divina: el portero los acoge con las palabras "Deo gratias" o "Bénedic", con mansedumbre y temor de Dios; con estas fórmulas, San Benito indica que es el forastero quien llama a la puerta para bendecir al monje"

"La revolución espiritual y cultural de la Regla no sirve para levantar los baluartes de un hortus conclusus, sino que es una forja abierta de civilización, que irradia desde el monasterio hacia el mundo"

La actitud y la fe básicas sobre la hospitalidad que San Benito, proclamado patrono de Europa por San Pablo VI, esbozó en la Regla, se expresan en un pasaje significativo: "Que todos los huéspedes que vengan sean acogidos como Cristo, porque él dirá: ‘Fui huésped y me acogisteis’" (Mateo 25, 35).  La opción de San Benito se forjó en un contexto político, social y económico de incertidumbre y de profundos cambios; se forjó en el alimento de la Palabra de Dios y en el testimonio de los Padres, pero sobre todo en su larga experiencia de vida monástica. En el ocaso de la gloria de Roma, con los nuevos pueblos ya establecidos dentro de las fronteras del antiguo imperio, el joven de Nursia se hizo eco de la voz del salmista: "¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días felices?" (Salmo 34, 12ss).

 Ante las tragedias cotidianas que siguen ocurriendo en el Mediterráneo y a lo largo y ancho de las zonas de guerra, la solución no puede venir de la geopolítica emocional. La opción de San Benito es clara: acogida y hospitalidad. "El huésped y el pobre -escribió un gran monje, Evagrius Ponticus- son el colirio de Dios. Quien los acoge recupera pronto la vista". El monacato nunca ha dejado de ser fuente de inspiración y, ante el fenómeno arrollador de las migraciones, que se ha convertido en estructural, hoy puede ofrecer recetas auténticas e integrales, aunque lleven consigo una sana carga de provocación.

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Como cantaba Efrén el Sirio: "La jactancia de los cristianos es la acogida de los extranjeros y la compasión [hacia los pobres]. La jactancia y la salvación de los cristianos es tener siempre como comensales en su mesa a los pobres, a los huérfanos y a los forasteros, pues de una casa así Cristo nunca se irá". No sólo el monje, sino todo ser humano está invitado a ser imagen de Dios también en la hospitalidad.

En el monasterio, la llegada de huéspedes es una bendición divina: el portero los acoge con las palabras "Deo gratias" o "Bénedic", con mansedumbre y temor de Dios; con estas fórmulas, San Benito indica que es el forastero quien llama a la puerta para bendecir al monje. A continuación, se rodea al huésped con el abrazo del rito, mediante una verdadera liturgia de la hospitalidad: el superior y los hermanos se reúnen con el huésped, rezan juntos, se intercambia el signo de la paz con un beso; primero se parte el pan de la oración con el huésped, llevándole al oficio divino de la comunidad, después se sientan con él, escuchando juntos la lectura de las Sagradas Escrituras. A continuación se le lavan las manos y los pies, de lo que se encarga el abad de la comunidad.

Después rompen el ayuno -los hijos del Esposo no pueden ayunar mientras el Esposo está con ellos (Marcos 2, 18-22)- y cantan juntos: "Hemos recibido, oh Dios, tu misericordia en medio de tu templo" (Salmo 47). Parece un juego de las partes, pero no es el pobre el que se beneficia de la hospitalidad, sino toda la comunidad implicada, porque recibe la misericordia del Señor. Como se puede imaginar, se trata de un verdadero compromiso que cuesta esfuerzo, en términos de tiempo y de medios materiales. San Benito era muy consciente de que siempre había que estar preparado: los forasteros y los huéspedes podían aparecer de improviso y, además, ser numerosos. Y no eran necesariamente buenos cristianos, bien vestidos y admiradores del canto gregoriano.

 "Acoged también con el mayor cuidado y solicitud a los pobres y a los peregrinos, porque en ellos se acoge aún más a Cristo". Para San Benito, una cosa es cierta: la presencia misteriosa, pero real, de Cristo resucitado es acogida en el huésped. Nosotros, que esperamos la segunda venida del Mesías, lo encontramos ya en el forastero que llama a nuestras puertas. La intuición de San Benito es profunda: los monjes saben que son peregrinos en este mundo; no acogen en sus casas a pobres y extraños, sino a semejantes en la casa de Dios. Y Dios llega las más de las veces de forma inesperada y casi secreta.

  Así pues, la revolución espiritual y cultural de la Regla no sirve para levantar los baluartes de un hortus conclusus, sino que es una forja abierta de civilización, que irradia desde el monasterio hacia el mundo. "Del pan de san Benito ha comido toda la Iglesia", recordaba el cardenal benedictino Alfredo Ildefonso Schuster. La pureza evangélica tan antigua y tan nueva del legislador de Nursia no puede dejar de tocar también nuestros corazones, en un momento en que el Santo Padre llama al Cuerpo de Cristo -de Aquel que se hizo pobre y extranjero por nosotros- a convertirse más eficazmente en una Iglesia para los pobres. Cercanía y proximidad a los pobres y a todos los que piden ser acogidos: la Opción de San Benito y la Opción Francisco no pueden estar más cerca.

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 "Esto es precisamente lo que hizo San Benito" - decía el Papa Francisco a los participantes en la conferencia (Re)thinking Europe de 2017 - "No le importó ocupar los espacios de un mundo perdido y confuso. Sostenido por la fe, miró más allá y desde una pequeña cueva de Subiaco dio vida a un movimiento contagioso e imparable que rediseñó el rostro de Europa". En esta obra fue verdaderamente un mensajero de la paz, un realizador de la unidad y un maestro de la civilización. En una carta escrita en recuerdo del 10º aniversario de su visita a Lampedusa, escribía: "en estos días en que asistimos a la repetición de graves tragedias en el Mediterráneo, nos estremecen las masacres silenciosas ante las que aún permanecemos impotentes y atónitos. La muerte de inocentes, principalmente niños, en busca de una existencia más serena, lejos de las guerras y la violencia, es un grito doloroso y ensordecedor que no puede dejarnos indiferentes. Es la vergüenza de una sociedad que ya no sabe llorar y compadecerse de los demás".

 El quid de la cuestión está aquí: la globalización de la indiferencia, una grave falta de empatía y caridad. Evagrio Póntico escribía desde el desierto norteafricano: "Monje es aquel que se considera uno con todos, acostumbrado como está a verse en todos". Así pues, acoger a los pobres y a los extranjeros -y acoger al Señor en su persona- conserva todo su valor real, pero es también símbolo y preparación para otra acogida, más profunda e interior: la acogida que se da al Señor en el propio corazón y que es la finalidad de toda la vida.

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