Agraciados con su Amor, vivimos amando como somos amados “Principio y fundamento” de la vida (Domingo 15º TO B 2ª lect. 14.07.2024)

Ayúdanos, Cristo Jesús, a mantener siempre tus ideales

Comentario:Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo (Ef 1, 3-14)

En siete domingos (15º-21º) leemos lo más significativo de la carta a comunidades de Asia Menor, cuya capital era Éfeso. Hoy, el himno del prólogo. Buen texto para ahondar el “principio y fundamento” de los Ejercicios de San Ignacio: “El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma; y las otras cosas sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden a conseguir el fin para el que es creado…” (EE 23).

El creyente se cree don del Creador:sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño” (Sal 100,3).El Dios del cristiano es el “Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Normal que diga: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos (v. 3). En la vida de Jesús, el Padre “ha dicho bien de nosotros” (nos ha bendecido)” con el don del Espíritu, que da conciencia de ser sus hijos, ayuda para orar bien, ilumina y fortalece para vivir en Amor.

Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor” (vv. 3-4). La bendición es “elección” para ser “santos e intachables en amor”. La santidad brilla en el Amor manifestado en Jesús: “ocuparse del otro y preocuparse por el otro. Ya no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca” (Benedicto XVI: “Deus Caritas est”, 6).

El Amor nos ha “predestinado (amor que planea y se adelanta) a ser hijos de Dios. “Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos” (vv. 5-6). La Iglesia, cuerpo visible de los hijos de Dios, está encabezada por Jesús. Ella coge a todos en Amor. Libremente nos vamos incorporando al proyecto de Dios. La finalidad del proyecto es “alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado”. “Su gracia” es Amor. Nuestra vida es “alabanza de la gloria de su Amor”. Es lo que dice san Ignacio con otras palabras: .“El ser humano es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma”. Agraciados con su Amor, vivimos amando como somos amados. Así somos personas “salvadas” del sinsentido, del malquerer, del mal actuar, de la vida insoportable.

En Cristo tenemos la redención, el perdón de los pecados. Jesús, en su vida, muerte y resurrección, ha revelado y entregado el Espíritu de Dios. La revelación aceptada produce el “rescate”, la liberación de lo que impide realizarnos. Al creer en Jesús, recibimos su Espíritu que es perdón e inteligencia de la voluntad divina. Cristo unifica y da sentido a todo. La historia se proyecta hacia Cristo que quiere envolver toda la realidad en el amor del Padre. Así serecapitulan en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra” (v. 10).

Los vv. 11-14 rematan el plan divino: toda la humanidad está destinada a la gloria.Quienes antes esperábamos en el Mesías” (judíos) y “vosotros (no judíos), después de haber escuchado la palabra de la verdad -el evangelio de vuestra salvación-, creyendo en él habéis sido marcados con el sello del Espíritu Santo prometido”. Todos recibimos el Espíritu, El Espíritu, “sello y prenda” de la herencia de su gloria.

Oración:Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo (Ef 1,3-14)

Jesús, Amado con la plenitud del Espíritu:

este himno de Efesios nos implica a todos;

a cristianos de primera y última hora;

a coptos, ortodoxos, reformados, anglicanos...;

a todos los que puedan aceptar:

sabed que el Señor es Dios:

que él nos hizo y somos suyos…” (Sal 100,3);

a la humanidad envuelta en el Amor del Padre-Madre:

que busca realizar sus capacidades en plenitud;

que otea el horizonte de armonía y entendimiento;

que sigue semillas de verdad y vida...

A todos invitamos a bendecir al Padre tuyo y nuestro:

a todos “nos ha conocido de antemano,

a todos nos predestinó a reproducir tu imagen de Hijo,

para que tú fueras el primogénito entre muchos hermanos” (Rm 8,29”).

Movidos por tu Espíritu hacemos nuestro este himno:

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,

que nos ha bendecido en Cristo

con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos.

Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo

para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor.

Él nos ha destinado por medio de Jesucristo,

según el beneplácito de su voluntad,

a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia,

que tan generosamente nos ha concedido en el Amado.

En él, por su sangre, tenemos la redención,

el perdón de los pecados,

conforme a la riqueza de la gracia

que en su sabiduría y prudencia

ha derrochado sobre nosotros,

dándonos a conocer el misterio de su voluntad:

el plan que había proyectado realizar por Cristo,

en la plenitud de los tiempos:

recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra.

En él hemos heredado también los que ya estábamos destinados por decisión

del que lo hace todo según su voluntad,

para que seamos alabanza de su gloria

quienes antes esperábamos en el Mesías.

En él también vosotros, después de haber escuchado la palabra de la verdad

 —el evangelio de vuestra salvación—, creyendo en él

habéis sido marcados con el sello del Espíritu Santo prometido.

Él es la prenda de nuestra herencia,

mientras llega la redención del pueblo de su propiedad,

para alabanza de su gloria.

El Espíritu Santo es nuestro “sello” de identidad:

así hemos sido constituidos Pueblo de Dios;

nuestra condición básica es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios,

            en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo;

nuestra ley es el amor con que nos amaste tú, Jesús de todos;

nuestro objetivo último es el Reino de Dios,

proclamado y realizado por ti, Jesús de todos,

dilatado hasta su consumación

en la plena glorificación contigo, Jesús resucitado (LG 9).

Tú, Mesías de Dios, nos has llamado s ser “asamblea santa”:

nos has desposado a todos con tu amor;

nos has constituido como miembros de tu cuerpo:

todos necesarios, todos responsables, todos hermanos;

nos has repartido dones diversos: hablar inspirado, presidir, enseñar, exhortar...

Ayúdanos, Cristo Jesús, a mantener siempre tus ideales:

amor gratuito y universal que nos regala constantemente el Padre;

sentirnos hijos suyos, agraciados y perdonados, habitados por su Espíritu;

fraternidad con toda persona, igual en dignidad y libertad;

participación consciente y comprometida en la vida de tu Iglesia;

conciencia de que “lo que afecta a todos debe ser aprobado y tratado por todos”;

cooperación leal, servicial, amorosa... para hacer el Reino;

culto y respeto a la “marca de la casa”: el Espíritu Santo,

que nos enriquece con los diversos dones, actividades, funciones...;

sobre todo, con tu amor, el don más valioso.

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