Inmigrante. El drama de una venezolana que necesita ser trasplantada en el país
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Leonela Bogado, de 32 años, viajó durante siete días para escapar de la Venezuela de Nicolás Maduro. Ella vivía en Valencia, en el estado de Carabobo, una ciudad que está a 170 kilómetros de Caracas. A raíz de la crisis que atraviesa su país natal tuvo que emigrar, al igual que lo hicieron millones de compatriotas. En su caso, la situación era de vida o muerte.
Es diabética desde joven y, además de los problemas económicos, le era imposible conseguir la medicación que necesitaba para vivir y su estado de salud se empezó a deteriorar. En 2018 llegó a la Argentina. Hoy vive en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, y necesita un trasplante de riñón y páncreas. El problema es que no puede ingresar en la lista de espera para conseguir los órganos porque, según informó el Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante (Incucai) a LA NACION, solo pueden estar en lista de espera aquellos que tengan formalmente otorgada por la Dirección General de Migraciones la “residencia permanente”, y Bogado aún tiene la residencia precaria.
“En Venezuela era ama de casa, vivía con mi marido y mi hijo, Leo, de 10 años. Mi marido trabajaba en una fábrica de cerveza. Por la situación del país nos tuvimos que ir y nos separamos, él se fue primero a Panamá y ahora está en Chile. Yo vine a la Argentina en 2018 con mi hijo porque acá tengo tres primos”, relata Bogado a LA NACION.
Bogado decidió partir de un país que devastado. La Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) es uno de los pocos indicadores para medir la profundidad de la crisis. Según el estudio: el 87% de las familias están bajo la línea de pobreza y el 61,2% viven en pobreza extrema. Un aumento sin precedentes mundiales, ya que desde 2014, año en el que la crisis comenzó a crecer sin freno, hasta 2017 se pasó del 48,4% de pobreza hasta el número actual.
Según la Dirección Nacional de Migraciones, en la Argentina, de 2012 a marzo de 2019 se otorgaron en total 170.000 radicaciones a venezolanos. En el año que llegó Bogado al país, los venezolanos fueron la primera fuerza migratoria, superando por primera vez a los bolivianos y paraguayos, que siempre representaron el mayor flujo a la Argentina.
Para llegar a Buenos Aires el trayecto fue largo, duró siete días. Fueron desde Carabobo hasta Brasil por tierra y recién en la ciudad de Manaos se subieron a un avión. Es decir, hicieron 2.400 kilómetros en distintos ómnibus. Su estado de salud era muy delicado por la escasez de medicamentos que había en Venezuela y el viaje, según dice, fue muy desgastante. Al llegar a la Argentina empezó a trabajar en una fábrica de cotillón, pero al poco tiempo tuvieron que internarla.
“Llegué y pude ponerme a trabajar junto a otros venezolanos que ya estaban acá, pero me enfermé y pasé 20 días hospitalizada. Luego de eso no pude volver a trabajar. Me dio una cetoacidosis, mi cuerpo no eliminaba las toxinas que tenía que eliminar y mi sangre estaba muy ácida, mis riñones dejaron de funcionar”, describe Bogado.
Luego de su internación en el Hospital General de Agudos Carlos Durand, la diálisis se convirtió en una parte central de su vida. Tiene que ir a dializarse tres veces por semana: “Me lleva buena parte del día. Serán ocho horas cada vez que tengo diálisis porque entre que nos pesan, nos toman la temperatura, las cuatro horas de diálisis, más el viaje de ida y vuelta, es un programa que me toma toda la jornada, por eso tuve que dejar de trabajar”.
Según describe, el hospital no siempre cuenta con todas los medicamentos que necesita para vivir, además de la diálisis. “Los médicos me dijeron que preciso un trasplante, sino no voy a poder terminar con la diálisis. Además, estoy en riesgo de vida, porque si no llego a poder ir a dializarme, me muero, me ahogo de toxinas”
Bogado lamenta que su salud, muchas veces, está sujeta a imprevistos, como, por ejemplo, problemas edilicios en el centro de salud: “La semana pasada en el hospital se les rompió una tubería de agua y me dijeron que no podía ir desde el miércoles hasta el lunes. Al final me llamaron y fui el domingo, pero llegué con cuatro kilos de más por las toxinas y el líquido acumulado, yo casi no orino”.
Nicolás Peón, de 38 años, es el novio de Bogado. Se conocieron en un cumpleaños. Desde entonces él la ayuda para que pueda llevar adelante su tortuosa cotidianeidad. Según describe, por el momento no solo no pudieron sumarse a la lista para conseguir un trasplante, sino que, además, las obras sociales no la aceptan como afiliada por el enorme costo de los medicamentos que toma.
“Ella no está bien de salud, perdió la visión de un ojo por la diabetes. Como necesita un doble trasplante, cuando entre a la lista tendrá más prioridad. Ahora está dictando cursos online para hacer artesanías, pero se marea, no se siente bien. Ella está esperando su residencia permanente, pero con la pandemia todo se demora, esperemos que la situación cambie pronto”, concluye Peón.
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