Nos recibe en su fabuloso departamento de Palermo y cuenta todos los detalles de su romance de película, que comenzó como una gran amistad
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Sus rasgos exóticos, sus cejas marcadas y su boca pronunciada salían de los estándares habituales de las modelos de los años 90. Época en las que cada una tenía nombre y estilo propio. Lejos de las vanidades y los egos de las pasarelas, Gabriela Reston (63) supo gestar una historia de amor de novela junto a Juan Azcue (murió en 2015), el reconocido diseñador que dejó huella con sus muebles atemporales, con quien tuvo tres hijos, Juan María (32), Joaquín (31) y Manuela (28).
–¿Cómo te convertiste en modelo?
–Vengo de una familia muy tradicional, padre economista, madre ama de casa, clase media… Siempre me gustó todo lo que tenía que ver con la estética y, aunque no me encantaba, me metí en Arquitectura porque no quería perder el tiempo. Para sacarnos la mala postura que teníamos por las horas que pasábamos encorvadas dibujando, mamá nos sugirió a unas compañeras y a mí ir a alguna escuela de modelos. Terminamos en lo de Silvia Albisu. Ella era una diosa. Al final del curso se entregaban unos diplomas, y cuando llegó mi turno, Silvia dijo: “A usted, no. Después pase por mi oficina”. Morí de vergüenza. Cuando fui a verla, me dijo: “Me volviste loca todo el año, pero vos tenés que ser la próxima cara de la Alta Costura en la Argentina. Va a costar mucho porque no están acostumbrados a una cara rara, pero yo viajo mucho y vos sos la nueva generación de modelos”. Yo no entendía nada, tenía 22 años.
–¿Cómo cayó esa propuesta en la familia tradicional?
–Silvia pidió conocer a mi familia e invitó también a mis padres a conocer a la suya. Me convertí en su proyecto. No fue fácil porque yo era muy tímida. La primera en convocarme fue Gabriela Capucci y el primer desfile lo hice en el Círculo Militar. Enseguida me llamaron para la colección de Valentino que habían traído en el Colón. Gané un concurso para ir a trabajar afuera, pero no me animé.
–Fuiste parte de una generación de modelos con nombre propio…
–Ginette Reynal, Mariana Arias, Florencia Florio… La gente nos conocía. Siempre había una modelo con la que el público se identificaba. Todas éramos distintas y teníamos nuestra característica. Ahora son todas iguales y casi anónimas.
–Hablemos de tu gran amor…
–Durante mi época de modelo en los 90 había mucha movida social y ahí lo conocí a Juan (Azcue) en una comida. Al principio nos hicimos íntimos amigos, estábamos las 24 horas juntos. Era un tipo tan culto, tan refinado. Si bien no era buenmozo, tenía una percha de tapa de Vogue. El tema es que yo me enamoré perdidamente de un amigo de un amigo de mi padre. Un actor, Jorge Acosta y Lara, conocido como George Hilton. Era un divo de los spaghetti western. Él tenía 54 y yo, 27. Fue un flash inesperado. Cuando le conté a Juan que había encontrado al hombre de mi vida y Juan lo conoció, se dio cuenta de dos cosas: que él no quería ser más mi amigo y que no tenía chances frente a ese bombón. Entonces Juan se me declaró. “¡De ninguna manera, éramos amigos!”, pensé yo. Viajé a Italia con mamá y en cada hotel que parábamos, llegaban cartas de Juan. Cuando George fue a Punta del Este a pasar el verano y planear la boda, Juan me llamaba todos los días y me mandaba regalitos.
–¿Y entonces?
–Le tuve que decir que la cortara, que era un papelón. Me pidió disculpas y desapareció para siempre. Y ahí me di cuenta de que no podía vivir sin Juan. George se había vuelto a Italia esperando su divorcio y la distancia fue enfriando la relación. Cuando finalmente cortamos, lo llamé a Juan y pudimos reanudar la amistad. Un día le dije por teléfono: “¿Nos casamos?”. Se rio y me dijo que pusiera fecha y organizara todo. Lo nuestro fue un amor sublime. Nos casamos por Civil y la fiesta fue en Hippopotamus [la disco top de los 80 en Buenos Aires] con Francis Mallmann en la cocina. Me convertí en ama de casa al ciento por ciento, que es lo que más me gusta en el mundo. Tuvimos tres hijos y ahora soy abuela de Benicio (2) y Thiago (de 6 meses), que lamentablemente Juan no conoció. Fueron veinticinco años de un gran amor.
–¿Cómo hiciste para continuar con el legado de un nombre como el de Azcue en la decoración?
–Me hice cargo de Azcue con Mónica Desi, que era la mano derecha de Juan desde hacía 25 años. Le fui poniendo mi propia impronta, aunque empecé con mucha humildad. De a poco lo sacamos adelante con mi hijo Juan María, que está abriendo el mercado hacia afuera. No hago diseños nuevos porque los muebles de Juan no sólo tienen una contemporaneidad absoluta, sino que hay 200 diseños de él que todavía no vieron la luz.
–Y después del duelo, resurgió alguien de tu pasado a rescatarte...
–Un día googlé a George para saber qué había sido de su vida. Ahí leí que había muerto. Colapsé, me puse a llorar. Una semana después vi un video de él donde decía que lo de su muerte era una fake news. Conseguí su número y lo llamé. Habían pasado 27 años sin hablarnos. Apenas dije “Hola”, me respondió: “Gabriela, ¿dónde estás, que ya te voy a buscar?”. Y te juro que sentí esa misma electricidad que cuando me tocó la mano por primera vez. Era algo muy loco porque Juan se murió enamorado de mí y yo me voy a morir enamorada de Juan. Pero esta había sido una gran pasión y yo pensé que estaba retirada, pero no. ¡Mis hijos me regalaron un viaje a Europa y al final del recorrido, me encontré a comer con George en su departamento de Roma. Después empezamos a viajar para vernos. Los chicos lo conocieron y lo adoraron. Volvimos a tener una historia de amor hasta que murió seis años después. Fue muy triste, pero lindo poder cerrar también esta historia de amor.
–¿Ya no hay más lugar para historias de amor?
–Haber tenido dos amores de este calibre era pedirle mucho al universo. Pero un día mi hija Manuela me dijo: “Mamá, ya es tiempo…”. No es tan fácil empezar a salir otra vez con alguien a esta edad. Pero después me puse a pensar que, si no me enfermo o no se cae el avión cuando visito a mis hijos, puedo tener casi veinte años más para disfrutar de la vida y que quizás no debería hacerlo en soledad. Así que mi hija tiene razón: siempre es tiempo de volver a empezar y de darse una nueva oportunidad para vivir con amor.
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