En Argentina dejaron una vida hecha, vendieron todo y compraron una tintorería en Orlando; los días de entrenamiento dieron comienzo a una historia enmarcada en una tragicomedia
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“Bienvenidos a Estados Unidos”. Ana Mariel Martín jamás olvidará su emoción cuando el oficial de inmigración pronunció las palabras mágicas en el año 2019, tras largos meses dedicados a trámites, la venta de toda las posesiones materiales de una vida entera en familia, y numerosas despedidas que, aún sin saberlo, dejarían una herida abierta en un futuro cercano.
Ana Mariel se recuerda allí, a la salida del aeropuerto de Orlando mirando el cielo, invadida por la sensación de que era más grande que aquel que había dejado atrás: “Hoy me sigue pasando”, dice pensativa. Al caos del arribo le siguió el vacío absoluto de una casa que habían alquilado vía web, donde acomodaron aquello de su vida pasada que habían logrado meter con mucho esfuerzo en pocas valijas.
Si bien Ana Mariel podía resumir su historia en un simple `vendimos todo y nos fuimos´, lo cierto era que, bajo esa afirmación en apariencia sencilla, un sinfín de sensaciones empezaron a colarse hasta en sus sueños, donde volvía a sentir el calor de los abrazos de despedida.
“Hay algo que nunca cuento y es que tengo esas fotos borrosas del 30 de enero de 2020, en un viaje de visita. Fue el último día que abracé a mi papá, la última vez que lo vi”, cuenta conmovida. “En 2021 murió de Covid solo, en un hospital, sin poder despedirse de nadie. Esto es una herida abierta que estoy segura de que muchos sienten: este dolor por algún ser querido que vivió alguna historia similar”.
La conversación crucial, la visa correcta y la madre incondicional: “Nada es imposible”
Dejar Argentina atrás no solo había sido difícil a nivel emocional en la despedida y la llegada, sino que había requerido de varias conversaciones previas hasta lograr el consenso familiar. Ana Mariel, por entonces, ya tenía 47 y su marido 59, juntos tenían tres hijos, dos perros y sus respectivos trabajos. Pero, a pesar de tener una vida hecha, ella anhelaba emigrar en busca de seguridad y estabilidad económica, y a su vez para emprender una aventura en familia.
“No fue sencillo ya que debíamos encontrar la visa correcta a través de la cual hacerlo, proyectar y planificar mucho, y lo que era peor, convencer a mi esposo. Más que nada era yo la que tenía el deseo de hacerlo, y después de convencer a Fredy, mi marido, logramos estar toda la familia de acuerdo para encarar esta aventura que cambiaría para siempre nuestra vida”.
“Como todo, siempre hay gente que con las decisiones de los demás está a favor y otros que no. Mi mamá, `Lele´ para quienes la conocen, fue la primera que me apoyó, me acompañó y me sostuvo desde el primer día. Ella siempre me dio alas y me enseñó que nada es imposible”.
Una visa de inversionista, días de entrenamiento como en una tragicomedia y la calidad de vida anhelada: “Aún en tus 50 es el país de las oportunidades”
El matrimonio había llegado a Estados Unidos con una visa de inversionista. Con sus ahorros y la venta de sus posesiones en Argentina, compraron un Dry cleaners (similar a una tintorería) y llegaron a Orlando dispuestos a recibir un entrenamiento de quince días por parte de los dueños anteriores.
Los días de entrenamiento fueron inolvidables. Ana Mariel y Fredy se encontraron frente a dos asiáticos con muy poca paciencia y sin filtros para dirigirse a ellos: “Imaginate, dos asiáticos hablando un inglés rudimentario a dos hispanos que sabían poco inglés”, cuenta ella entre risas.
“Si creía que hasta ahora había recorrido un largo camino, ¡no sabés lo que fue esto! Era una comedia tragicómica. Además, estas personas tenían pocas pulgas. Vivimos situaciones fuera de lo común. Si escribiera un libro, este sería un capítulo aparte”.
Y así transcurrieron las siguientes semanas, con el matrimonio al frente del desafío de aprender un nuevo negocio y los chicos en una nueva escuela, intentando entender las formas de manejarse. Pero lo más duro estaba por llegar: la familia entera se hallaba sumergida en el proceso de adaptación, cuando la pandemia de Covid golpeó al mundo entero.
Entre el dolor de la lejanía y la pérdida de un padre que dejaba una herida abierta, Ana Mariel halló en las redes sociales una forma de purgar, pero, mejor aún para su alma, de ayudar a otros que deseaban embarcarse en una aventura similar.
“Si bien emigrar no es para todos, si bien no se logra fácil y no todo es color de rosas, como algunos imaginan, aquí es donde voy a afirmar que efectivamente, este es el país de las oportunidades. Hay muchos desafíos y altibajos. A veces estás en una verdadera montaña rusa de sentimientos. Tu resiliencia, tu voluntad, tu capacidad de superación van a ser puestos a prueba. Hay que estar preparado. No es algo para tomarse a la ligera. Si te pasa como a mí, que ni siquiera sabía hablar inglés, sumás un desafío más”.
“Una vez aclarado esto, repito convencida y de todo corazón: es el país de las oportunidades. Fijate como una familia cuyos padre y madre están en sus 50, pueden acceder a las posibilidades que en otros lugares ya no existen. Es como que si tenés más de 40 años se te cierran muchas puertas. Pero aquí no nos sucedió. La calidad de vida mejoró en el sentido de que no me tengo que preocupar si saco mi celular en la calle, mis hijos pueden dejar la bicicleta en la puerta de mi casa, es decir, la seguridad que buscábamos la pudimos encontrar y eso ya habla de un gran cambio”.
“Con respecto de la calidad humana, tengo que decir que ya tenemos nuestro grupo de amigos, unos cuantos argentinos y otros de varios países que nos encontramos por redes sociales o la vida misma nos puso en situaciones donde nos identificamos y nos apoyamos. De ahí salieron grandes amistades. Pero costó bastante, encontré de todo. Pero me concentro en lo bueno. El desarraigo, el haber dejado muchos familiares, amigos a los que no veo hace años, eso es muy difícil. Eso te pone en jaque muchas veces”.
Hábitos que extrañan, costumbres que alegran el corazón: “En las vísperas de Navidad todos salen en pijama”
Hasta el día de hoy y como muchos otros argentinos, ni Ana Mariel ni su familia comprenden la cena a las seis de la tarde, y menos aún las barbacoas típicas encendidas en los hogares o los autos entregando pizzas en el barrio a partir de las 16:30.
A lo que la protagonista de esta historia sí se acostumbró con gusto es al entusiasmo y las habilidades decorativas en las casas, que se vislumbran ya desde las entradas, con sus coronas alusivas a la estación del año y a las celebraciones especiales como San Patricio, Halloween, el día de Acción de Gracias, Navidad o San Valentín.
“Debo decir que a estas decoraciones me sumé sin dudarlo. ¿Mi favorita? Navidad”, revela Ana Mariel. “Otra cosa que me encanta es ir a todos lados con tu mascota y que la gente salude a tu mascota y luego a vos, me causa mucha ternura. Ver a los niños saludar a nuestra querida Dorys con un -Hi, puppy!, oh, she is so cute!”.
“En las vísperas de Navidad todos salen en pijama, si, familias enteras encargan sus pijamas con anticipación porque se agotan, para estar todos en composé. Podés ir a trabajar, al colegio, al supermercado, etc, en pijama”.
Hombro congelado, resiliencia y reinvención: “Fue sacrificado y apasionante”
El dolor se instaló en el corazón de Ana Mariel en los días extraños de Covid, heridas y duelo a la distancia. El tiempo, sin embargo, trajo poco a poco la aceptación y la posibilidad de buscar la luz a pesar de todo.
Y fue justo ahí, cuando habían alcanzado cierta estabilidad económica y sobrevivido a la pandemia, que un dolor físico repentino, punzante y agudo atravesó el brazo derecho de Ana Mariel mientras estaba en su auto.
“Tan fuerte que me sacó el aliento completamente”, relata. “Quise agarrar mi cartera en el asiento de atrás, no lo olvido más, y no pude respirar de tanto dolor, nunca sentí algo así. Yo que tengo umbral alto, tanto que de mis tres cesáreas estaba levantada a las dos horas después de operarme, que ir al dentista no me duele, pero esto fue fatal”, continúa.
El cuadro de Ana Mariel empeoró con los días hasta que finalmente no pudo mover más su brazo. Síndrome del hombro congelado, le dijeron, un diagnóstico que desconoce sus causas, y que anticipa una recuperación posible pero muy lenta, de un año tal vez.
“No pude trabajar más en mi Dry cleaners. Fue entonces cuando me dediqué a estudiar y no paré. Estudiaba online y presencial, según las etapas de recuperación de mi brazo. Más adelante, cuando pude empezar a moverlo, me quedaba algunas horas como cajera del Dry cleaners, iba a estudiar y luego de noche me quedaba a completar tareas. Fue sacrificado y apasionante”, asegura Ana Mariel, quien a su vez estudió ciertas materias universitarias de la carrera de Contadora, que le facilitaron entender más acerca de los papeles y documentos de los negocios.
“La vida nos dio esta gran oportunidad de probarnos a nosotros mismos, de renacer desde las cenizas”
Las estaciones pasaron y la frase “Bienvenidos a Estados Unidos” hoy emerge en los recuerdos casi como si fuera ayer y al mismo tiempo como si se tratara de otra vida. En más de cuatro años, mucha agua corrió por el cauce que delineó la historia de Ana Mariel, una mujer que alguna vez dejó su hogar argentino para llegar a una casa vacía a comenzar una vida de cero.
En el camino de adaptación, una pérdida y un diagnóstico la acercaron a una pasión que traía de Argentina, pero que ahora allí, tan lejos y habiendo atravesado el desarraigo, cobraba otro sentido.
“Hice cursos sobre inmigración y cómo llenar esos formularios tan raros. Me metí de lleno a estudiar inglés. Todo esto porque quería dedicarme a los bienes raíces y a los negocios, y poder ayudar a aquellos que tienen que comprar un negocio para obtener su visa o una casa para invertir o vivir aquí. Hoy son mi profesión”, cuenta con orgullo.
“Toda mi experiencia me enseñó a conocerme más, aprendí que nunca es tarde para cumplir un sueño. Aprendí que el cielo es infinito si sabés mirarlo. A no rendirme. Que una mujer en sus 50 puede reinventarse. Que mi zona de confort es estar fuera de mi zona de confort”, reflexiona.
“Aprendimos que la familia lo es todo y donde está la familia está tu hogar. Siento que somos ciudadanos del mundo. Siento que nada es imposible y que nos esperan muchas más historias por vivir. La vida nos dio esta gran oportunidad de probarnos a nosotros mismos, de renacer desde las cenizas, de tomarnos las cosas de otra forma, pero por sobre todo, la vida nos enseñó que nos tenemos los unos a los otros. A agradecer por todo lo vivido y a esperar feliz, con esperanza y a la expectativa de todo lo que el universo tiene para ofrecer”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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